miércoles, 21 de noviembre de 2012

¿Y ahora de qué me disfrazo? Jorgelina Marcela Giarrizzi.





                     
Cuando leí la consigna de escritura de ficción lo primero que pensé fue: ¡Qué ganas de complicarme la existencia! ¿Cuál es el objetivo de la Cátedra? ¿Cómo se evalúa esta consigna?  ¿¡Cómo escribo ficción si no sé escribir!?
Después de pasarme años escribiendo sólo monografías y siempre en situación de examen y bajo la presión que  genera la necesidad de aprobar la materia, terminé odiando escribir, al punto que nunca escribo si no es por obligación, pero también terminé sintiéndome segura y cómoda con la escritura de monografías, así que mi primera reacción  fue de rechazo total, por eso en un principio decidí dedicarle la mayor parte del tiempo a la primera consigna y dejar la ficción para lo último, sin embargo, a medio camino, la abandoné porque no encontraba la forma de integrar en un texto coherente las cinco notas al pie que había que incluir y comencé con la escena teatral.
Elegí la escena teatral porque me parecía más fácil y lo primero que se me ocurrió fue adaptar el cuento “Lila y las luces” de Sylvia Iparraguirre  que estaba leyendo casualmente en el mismo momento en el que recibí la consigna del parcial  porque tenía que preparar una clase.  Como en este cuento se  narra la dificultades que tiene una niña que vive en un ámbito rural para aprender a escribir, relacionar esta lectura con las problemáticas que plantea la bibliografía con respecto a la lectura, la escritura y la enseñanza de la lengua me resultó casi inevitable.
Al comienzo  pensé que adaptar un cuento era una operación simple, sin embargo, a medida que iba escribiendo iban surgiendo un sinnúmero de problemas que curiosamente resolvía con facilidad y un montón de ideas que en un principio creía originales. Cuando terminé, estaba sorprendida porque me había gustado el resultado y porque lo había disfrutado, y me detuve a pensar en cómo lo había hecho.
Lo primero que me llamó la atención fue que del cuento había quedado poco y nada ya que había inventado los diálogos, había creado personajes nuevos y el personaje principal, Lila,  había desaparecido de la última escena. Lo segundo, que las características del género dramático que repetí durante años en mis clases y que nunca había aplicado estaban todas presentes en el texto. Lo tercero, que aquello  que creía que eran ideas mías, en realidad venían de lecturas previas como el personaje autónomo de Unamuno. Por último, la cantidad de lecturas que cruzaron por mi mente mientras escribía,  de Borges a Los Formalistas Rusos, de la bibliografía de la materia a los textos que leí en Didáctica General,  de Unamuno a Shakespeare y Calderón de la Barca.
Resumiendo: me di cuenta de que puse en juego muchísimos más conocimientos cuando escribí la escena teatral que cuando escribo monografías y pienso que me pasó esto  porque la  consigna me obligó a salir de los lugares comunes de la escritura académica , me dio libertad y me permitió sentir el placer de escribir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario