Cuando leí la consigna de escritura de ficción lo primero
que pensé fue: ¡Qué ganas de complicarme la existencia! ¿Cuál es el objetivo de
la Cátedra? ¿Cómo se evalúa esta consigna?
¿¡Cómo escribo ficción si no sé escribir!?
Después de pasarme años escribiendo sólo monografías y
siempre en situación de examen y bajo la presión que genera la necesidad de aprobar la materia,
terminé odiando escribir, al punto que nunca escribo si no es por obligación,
pero también terminé sintiéndome segura y cómoda con la escritura de
monografías, así que mi primera reacción
fue de rechazo total, por eso en un principio decidí dedicarle la mayor
parte del tiempo a la primera consigna y dejar la ficción para lo último, sin
embargo, a medio camino, la abandoné porque no encontraba la forma de integrar
en un texto coherente las cinco notas al pie que había que incluir y comencé
con la escena teatral.
Elegí la escena teatral porque me parecía más fácil y lo
primero que se me ocurrió fue adaptar el cuento “Lila y las luces” de Sylvia
Iparraguirre que estaba leyendo
casualmente en el mismo momento en el que recibí la consigna del parcial porque tenía que preparar una clase. Como en este cuento se narra la dificultades que tiene una niña que
vive en un ámbito rural para aprender a escribir, relacionar esta lectura con
las problemáticas que plantea la bibliografía con respecto a la lectura, la
escritura y la enseñanza de la lengua me resultó casi inevitable.
Al comienzo pensé
que adaptar un cuento era una operación simple, sin embargo, a medida que iba
escribiendo iban surgiendo un sinnúmero de problemas que curiosamente resolvía
con facilidad y un montón de ideas que en un principio creía originales. Cuando
terminé, estaba sorprendida porque me había gustado el resultado y porque lo
había disfrutado, y me detuve a pensar en cómo lo había hecho.
Lo primero que me llamó la atención fue que del cuento
había quedado poco y nada ya que había inventado los diálogos, había creado
personajes nuevos y el personaje principal, Lila, había desaparecido de la última escena. Lo
segundo, que las características del género dramático que repetí durante años
en mis clases y que nunca había aplicado estaban todas presentes en el texto.
Lo tercero, que aquello que creía que
eran ideas mías, en realidad venían de lecturas previas como el personaje
autónomo de Unamuno. Por último, la cantidad de lecturas que cruzaron por mi
mente mientras escribía, de Borges a Los
Formalistas Rusos, de la bibliografía de la materia a los textos que leí en
Didáctica General, de Unamuno a
Shakespeare y Calderón de la Barca.
Resumiendo: me di cuenta de que puse en juego muchísimos
más conocimientos cuando escribí la escena teatral que cuando escribo
monografías y pienso que me pasó esto porque
la consigna me obligó a salir de los
lugares comunes de la escritura académica , me dio libertad y me permitió
sentir el placer de escribir.
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