jueves, 22 de noviembre de 2012

...Pedro Valladares



En el primer cuatrimestre tuvimos que representar mediante un texto literario las posturas de los autores vistos en el primer cuatrimestre. La actividad, en cierta forma, representaba un desafío. Acostumbrado a ser evaluado mediante al género parcial, o al género monografía, la actividad me sacaba un poco de los esquemas. Por un lado, me daba un margen muy grande de libertad: lo que tenía que escribir, a fin de cuentas, era una ficción, y lo que tenía que representar eran sólo “puntos de vista”. Nada que ver con la rigidez exigida en un parcial, o en una monografía. Cualquier error conceptual podía achacárselo a un “personaje ficticio” que representaba cierto “punto de vista” pero de manera muy torpe. Sin embargo, había algo en esa libertad que me inquietaba. Mi primera idea fue escribir un Cielito. Mientras pensaba las rimas para el Cielito, apareció mi espíritu academicista, y muy enojado me advirtió que ese género no me iba permitir expresar los conceptos “con la claridad necesaria”.  Haciéndole caso al enano academicista que todos tenemos dentro, me decidí por un género que me permita “explayarme más”. Pensé en un diálogo platónico, pero finalmente me decidí por una obra de teatro. En la obra elegí tres personajes, dos muy estereotipados, y uno más complejo, y los puse a debatir acerca de la lengua estándar. El resultado: una obra de teatro que jamás iría a ver.

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