En
el primer cuatrimestre tuvimos que representar mediante un texto literario las
posturas de los autores vistos en el primer cuatrimestre. La actividad, en
cierta forma, representaba un desafío. Acostumbrado a ser evaluado mediante al género
parcial, o al género monografía, la actividad me sacaba un poco de los
esquemas. Por un lado, me daba un margen muy grande de libertad: lo que tenía
que escribir, a fin de cuentas, era una ficción, y lo que tenía que representar
eran sólo “puntos de vista”. Nada que ver con la rigidez exigida en un parcial,
o en una monografía. Cualquier error conceptual podía achacárselo a un
“personaje ficticio” que representaba cierto “punto de vista” pero de manera
muy torpe. Sin embargo, había algo en esa libertad que me inquietaba. Mi
primera idea fue escribir un Cielito. Mientras pensaba las rimas para el
Cielito, apareció mi espíritu academicista, y muy enojado me advirtió que ese
género no me iba permitir expresar los conceptos “con la claridad necesaria”. Haciéndole caso al enano academicista que
todos tenemos dentro, me decidí por un género que me permita “explayarme más”.
Pensé en un diálogo platónico, pero finalmente me decidí por una obra de
teatro. En la obra elegí tres personajes, dos muy estereotipados, y uno más
complejo, y los puse a debatir acerca de la lengua estándar. El resultado: una
obra de teatro que jamás iría a ver.
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