18 de
noviembre de 2012
De cuando la ficción se transforma en una
práctica terapeútica
Cuando
salí del último teórico anterior al receso de invierno en el que el profesor
Bombini dio las consignas del parcial domiciliario crucé unas palabras con él.
Le dije que la consigna dos, la ficción, involucraba demasiada creatividad. Yo
siempre fui creativo, siempre escribí ficción, o al menos intento hacerlo, pero
no veía realmente cómo iba a poder resolver esa consigna, creo que pensé que
era incompatible lo que se pedía con la ficción, creo que me desesperé un poco.
Hoy pienso: “¿Por qué no me desesperé más con la consigna 1?”. Quizá porque yo
estaba “moldeado” por años de universidad para escribir algo más parecido a lo
que la consigna uno me proponía. Supongo. Pero la verdad es que en todos mis
años de claustros universitarios jamás disfruté hacer una parcial como aquella
consigna dos. Fue la primera vez que antes de escribir estuve pensando durante
muchos días cómo hacerlo. Fue así que apelé a mi formación clásica y a mi gusto
por la sátira menipea y traté de escribir algo a la manera de la Apocoloquíntosis de Séneca. Y ese gusto por la
menipea me resolvió el asunto de la dispositio.
Releyendo ahora esa consigna veo que también utilicé el relato enmarcado, como
lo hice con los chicos durante el proyecto. Me divertí mucho escribiendo ese relato
satírico. Y me relacioné de una manera mucho menos solemne con la bibliografía,
menos respetuosa incluso. La valla y el trampolín pueden usarse en todos los
niveles. Hasta me siento mucho más reconciliado con mi fantasía de de ser
escritor y animarme más a la ficción. Es como si la ficción paradójicamente me
ayudó a modificar ciertas trabas propias no sólo en cuanto a la profesión de
estudiante y de profesor, sino también como una práctica terapéutica que ayuda
a saltar las “vallas” propias de la personalidad y a impulsarse con su
“trampolín” para seguir creciendo.
0
Comentarios – Escribe tu comentario
No hay comentarios:
Publicar un comentario