viernes, 23 de noviembre de 2012

La gran Bombini . Luciana Figaro



Estaba terminando de cursar la única carrera que parecía renegar de su propio objeto de estudio, cuando se me vino al paso la que pensaba que sería la última valla-trampolín de Didáctica Especial en Letras: la ficción.
Sin duda, era una consigna inexplicablemente inusual para el estudiante de Letras que, acostumbrado a fuerza de citas y plurales mayestáticos, se olvida de Platón o de Oscar Wilde, y no concibe la escritura académica sino bajo la forma de parciales domiciliarios y presenciales, monografías, ponencias, abstracts e informes de lectura.
Pero luego de la sorpresa inicial que surgió de la primera lectura de la consigna, empecé a hacer trampolines de las vallas. Elegir entre el diálogo platónico, el cielito de la gauchesca, la escena teatral o el guión de historieta no fue demasiado difícil para mí, porque la escritura de escenas teatrales inconclusas es la que más frecuento.
Y sin embargo, al pensar que este fragmento de obra teatral sería evaluado por un único (en el mejor o peor de los casos, dependiendo de dónde se lo mire) lector experto, me detuve. ¿Podría una ficción literaria ser evaluada numéricamente? ¿Con qué criterios? Y, en última instancia, ¿sería esto que estaba escribiendo realmente Literatura?. Pero enseguida pegué el salto para escribir, y comencé el proceso de desacralización que vi como paso necesario para la tarea de apropiación de saberes que implicaba esta consigna.
Entonces, mientras rumiaba cómo sería el personaje protagonista de la obra, me percaté de que era ésta una consigna absolutamente estratégica.
No se trataba de un simple acarreo de las voces de la bibliografía teórica a la ficción, sino que implicaba una jerarquización de conceptos a partir de la construcción de las subjetividades que serían los personajes, de un espacio y un tiempo particulares, y lo más importante, de una toma de posición.
Esa consigna implicaba acarrear todo el corpus teórico acumulado durante los dos años didácticos, apropiarse de él, y darle finalmente un cuerpo, una vida. Nada más adecuado para prepararse en las semanas previas a la práctica docente. Esa fue, desde mi perspectiva, “la gran Bombini”.

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