martes, 20 de noviembre de 2012

La pelota sí se mancha: Laura Pesenti

Cuando estaba en el último año del colegio, y debía decidir qué iba a estudiar. Mi forma de decidir qué iba a hacer de mi vida, a qué le iba a dedicar mi vida (sí, muy catastrófica soy y fui: la opción elegida sería inapelable, de por vida y la justificación de mi existencia) fue recorrer las páginas web de todas las universidades habidas y por haber, y leer en cada una de ellas el programa para decir: esta no, esta menos, esta puede ser… En la página de la UBA me topé con Letras. Pero como sucedió con odontología, floricultura y veterinaria, de entrada supe que eso no era para mí. Ni leí el programa, de hecho. A mí no me interesaba escribir. Vaya uno a saber de dónde había sacado eso de que los licenciados en Letras eran todos escritores, no creo que se me haya ocurrido a mí.
Afortunadamente, de alguna forma me enteré que estudiando Letras podía ser crítica literaria. Y eso sí me interesaba. O ser correctora. “Qué genial dedicarme a eso”, pesaba. Si yo cada vez que encontraba una revista barrial por ahí tirada me dedicaba a corregirle los errores de ortografía… Y decidí estudiar Letras nomás. Y bancarme ese chiste de mis ex compañeros de “Ahh… estudias Letras, ¿y vas por la a, la b o la c?”.
Un día, ya adentro de la carrera o mínimo en el CBC, estaba mirando en la tele una entrevista a un jugador de fútbol. El muchacho se enojó mucho con el periodista deportivo que lo entrevistaba. Entre todo lo que le dijo, le comentó lo que luego escuche varias veces más: que él, el periodista, no podía decir nada; que se dedicaba a criticar, reprochar e increpar desde afuera, pero que su contacto con la pelota, con la cancha, con el deporte, había sido nulo. Que nunca se había embarrado, básicamente. Y  eso me quedó dando vueltas en la cabeza. Pensaba: “cuando yo critique libros en la Ñ, me van a poder acusar tranquilamente de lo mismo”.
Y cuando me entregaron la consigna del parcial, me acordé de todo esto. Primero me enojé. Porque yo decidí estudiar Letras cuando me enteré que acá no se escribía, y ahora resultaba que sí. Escribiéndolo, primero con pocas ganas, después con un poco más, y a lo último a una velocidad que no me daban los dedos,  me dí cuenta de que de una vez por todas estaba embarrándome, conociendo las reglas del juego jugando, no aprendiéndolas del reglamento o mirando por la tele lo que hacen los demás. Por último, cuando viví mi práctica e hice que mis alumnos escriban ficción, descubrí que a algunos les estaba evitando bastantes mambos y quizá hasta algunas sesiones de psicólogo, con lo caras que son… A mí en la escuela nunca me dejaron escribir, siempre lo hice escondidas, en mis diarios, en la intimidad. Los escritores eran unos, señores desconocidos, sabios y magistrales, los lectores éramos otros. En el parcial me di cuenta que la pelota sí se mancha,  y en las prácticas nos embarramos de lo lindo.

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