Me
gustó mucho la propuesta de escribir ficción y lo que hice fue imaginar una obra
de teatro que incluya un debate sobre la práctica de la enseñanza de la lengua
y la literatura. En ese momento sólo contaba con la teoría, pensé una situación
que claramente nunca había vivido. Elegí como contexto la post-charla de un
encuentro académico. Sé que otros compañeros eligieron la sala de profesores
como espacio para la dramatización, esa idea quedó en mi cabeza y cuando
realicé las prácticas pude experimentar lo que es estar dentro de ese lugar.
Fue terrible. Los profesores hablaban mal de sus estudiantes y estaban
convencidos de que lo mejor era trabajar lo menos posible en sus clases. Recuerdo
esta frase: “total no es que van a ir a la Universidad así que con un
cuestionario tienen para entretenerse todo el trimestre”. La pasé muy mal allí
dentro, fueron unos minutos pero pareció una eternidad. Recordé que un profesor
de un práctico nos había dicho: no entren a las salas de profesores, son
lugares muy tenebrosos. Tenía razón. Los docentes comenzaron a tomar forma de
caricatura, sus risas exageradas se tornaron siniestras, pensé en Valle Inclán,
pensé en Tirano Banderas y el
esperpento. Si tuviera que responder la consigna del parcial ahora que terminé
las prácticas definitivamente haría una obra de teatro de terror, con los
prejuicios bien presentes y con esos
profesores como personajes derrotados, sin ganas de enseñar, estigmatizando a
los alumnos, sosteniendo sus tazas de café y esperando que pase rápido la
mañana. Se habían olvidado de mi presencia hasta que uno de ellos me dijo: “andá
acostumbrándote, cada vez es peor”. Yo inventé un personaje que decía que los
chicos hablaban mal, ahora me parece un comentario bastante leve comparado con
lo que escuché. En mi caso la realidad superó la ficción. Esto también creo que
es parte de las prácticas: mi experiencia con los alumnos fue muy buena pero
los docentes me asustaron. Durante las prácticas también me di cuenta que nunca
había escrito ficción y que los ejercicios que les planteé a mis alumnos nunca los
había resuelto en el ámbito académico, salvo los que hicimos en Didáctica. Uno
sabe que en la carrera no va a escribir ficción (lamentablemente), te formas
como un buen lector, un lector crítico, alguien que tiene la mirada entrenada.
Pude guiar a los alumnos pero no a partir de una experiencia propia, directa. Rescato
la experiencia de la sala de docentes como material de ficción. Quizás escribir
ficción enriquezca mi escritura académica: ahora sé bien de lo que puedo
escribir.
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