Casualmente, en
mi parcial elijo una obra de teatro. ¿Y qué les pido a mis alumnos que
escriban? Una obra de teatro. No había notado la coincidencia hasta ahora.
Cuando me tocó a
mí, pensé “es una cargada”. Porque claramente nunca vimos en clase qué era una
obra de teatro. Al mismo tiempo, sabía que yo había leído al menos, un par de
obras. Y sabía que ellos sabían que yo lo había hecho. Y al momento de hacerlo,
fue cuestión de refrescar el formato y largarse a escribir.
Casualmente,
tampoco necesité en clase, como docente, marcar las partes: “estos son los
actos, esto es la presentación de la escena, esto el parlamento, etc”. Y sin
embargo, todos los trabajos supieron situarse dentro del género.
Pero, esto no es
lo que comúnmente sucede en mi día a día académico, como alumna de la facultad.
Los géneros que allí nos evalúan sí requieren una adecuación formal estricta y
un aprendizaje especial. Probablemente porque se trata de formatos que
difícilmente conozcamos si no ingresamos a la universidad, porque no son parte
del cotidiano.
Año a año, nos
habituamos cada vez más a alejarnos de eso que estudiamos: la literatura.
Adoptamos un estilo formal, preciso, con estructuras prefijadas y aprendiendo a
escribir ni más ni menos lo que se espera que digamos. Nada nuevo, ni lindo, ni
(siempre) original.
¿Será por eso
que costó entender porque se nos pedía otra cosa? Nos preguntábamos por qué,
para qué, cómo se iba evaluar. Y yo no sé si era esta la idea y si esta fuera
la única respuesta pero ¡qué necesario pasar por la instancia de escritura que
luego vamos a evaluar! Muy interesante encontrarme yo misma ante las
dificultades de tener que escribir una obra de teatro. De sentarme a escribir y
ver que lo más difícil no era precisamente el
género sino el qué. Para presenciar posteriormente, cómo a los alumnos les
sucedía algo parecido.
Bienvenidas,
entonces, las coincidencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario