jueves, 29 de noviembre de 2012

El irreverente oficio de escribir . Nina Jäger




Escribir ficción tiene sin duda un aspecto lúdico, al menos en lo personal. Siempre escribí. Y sin embargo, estoy, diría estamos, acostumbrada / os, tanto en la escuela secundaria como en la universidad, a que la escritura “en serio” es aquella vinculada a los géneros académicos. Así es que, a lo largo de una carrera de tanta lectura literaria, creativa, artística y provocadora como Letras, la proliferación de monografías, ensayos, parciales domiciliarios y presenciales, trabajos prácticos (que poco tienen de prácticos), es enorme. Y no ocurre lo mismo con cuentos, poemas, novelas, o incluso manifiestos.
La escritura de invención pone en juego, además de un aspecto creativo y lúdico para el estudiante (se puede, sí señor, pasarla bien escribiendo un parcial), sus formas variadas, diversas, versátiles, de pensar. Pero no solo eso: la escritura de ficción puede, además, resultar un desafío para la forma en que ese pensar se organiza habitualmente.
Escribir la obra de teatro “Escritor se busca” me permitió encontrar nuevas aristas a algunos de los textos de la bibliografía de la materia, que de ninguna manera hubieran aparecido si no hubiese sido por la práctica de la escritura de ficción.
Poner a un autor de teoría en la voz de un personaje de ficción exige reducir al mínimo más ínfimo sus planteos y sus ideas, de manera que la voz ficcional resulte verdaderamente creíble e interesante para leer. Quiero decir: glosar a un autor, reproducir su discurso en el mismo tono y el mismo registro que él maneja, es una actividad muy diferente de la que supone tomar lo esencial de ese discurso y ponerlo en la voz de un personaje que interactúa con otros personajes-autores. Y en esa reducción y en ese diálogo con otros es que surgen esas aristas, esos “chispazos”, que no podrían aparecer jamás en la simple glosa del discurso del autor.
La reducción que esta escritura de ficción exige al estudiante funciona de algún modo como una suerte de irreverencia. Es la propia “falta de respeto” hacia la palabra del autor lo que permite, más que nunca, apropiárselo.


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