jueves, 29 de noviembre de 2012

¿Qué pensé mientras escribía el fragmento del guión teatral? Lara Salinas





La consigna del parcial me sorprendió y me gustó mucho a la vez. Sin embargo, me desconcertó. En un primer momento, no supe cómo iban a evaluarlo. Mi primera hipótesis fue que iban a poner una nota estándar para todos los alumnos: “¡Un 9 para todos…!”. Fue muy llamativo de la cursada que no nos hicieron devoluciones de tipo numérica, aunque sí el trabajo de corrección fue muy minucioso y edificante en cuanto al contenido de nuestros ensayos y parciales. Algo que valoro como muy positivo fue la modalidad de corregir en Word los trabajos de todos los alumnos y poder contrastar lo que uno hizo con lo que hicieron los demás porque, de esta forma, las instancias de evaluación fueron también de aprendizaje, no solo de las correcciones del docente, sino también de los compañeros.
Mientras escribía el guión teatral fui pensando en los saberes que había adquirido a lo largo de la carrera. Si bien Letras no está atravesada por una disciplina normativa, los conocimientos acerca de cómo escribir correctamente se van incorporando, indefectiblemente, con el paso de los años.
Desde que comencé la carrera, el trabajo metaliterario de escribir críticas me fascinó, pero esta era la primera vez que en ámbito académico me pedían escribir un texto de ficción. Pensé que tenía que dar cuenta de ciertos saberes, por un lado, pero por el otro tenía la posibilidad de ser original en cuanto a su estructura. Hacer ficción a partir de textos críticos fue un trabajo “a la inversa” del que estaba habituada a realizar.
Como la consigna no tenía mayores limitaciones que las de seguir al menos dos textos críticos para elaborar el guión teatral, podía empezar a pensar mi texto desde el lugar que quisiera. Lo hice personal: elegí partir de mis sueños más codiciosos y vanidosos. Iba a presentar la obra como un éxito de taquilla, dirigida por el mejor director argentino de fama internacional que conozco y admiro. No solo eso, tenía que tener un componente exótico y la escena no tenía que transcurrir en un aula: era una casa llena de loros amaestrados para repetir incansablemente fórmulas como el abecedario, las preposiciones, las tablas de multiplicar… pero no de manera arbitraria: todos tenían que estar entrenados, en un fino trabajo de adiestramiento. Los personajes que iban a interactuar en la función, dos maestras de la vieja escuela –una, en proceso de conversión a las nuevas disciplinas que proponen fomentar el interés como forma de enseñanza y no “llenarlos de conocimientos”–, son gente del mundo real que llevé al papel, también los alumnos egresados de apellidos militares fueron compañeros míos. El único inconveniente era que los capítulos que había elegido de Bixo[1] y Giroux[2] no iban a aparecer de manera textual; sin embargo, tampoco era un requisito del examen, así que hice un esfuerzo para desprenderme de ellos e intenté poner en diálogo mi imaginación con el contenido crítico de ambos textos que había elegido por el simple motivo que estos dos me hicieron pensar y enriquecieron, especialmente, mi manera de pensar la enseñanza… Por último, el éxito de mi producción iba a ser que Paula Labeur, o quien me corrigiera el trabajo, no se aburriera. Este deseo tiene que ver, posiblemente, con la empatía que adquirí con mis profesores, de la cátedra y de la facultad en general, este año.

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[1] Bixio, Beatriz (2003). “Pasos hacia una Didáctica sociocultural de la Lengua y la Literatura: Sociolingúística y educación, un campo tensionado”.  Lulú Coquette. Revista de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Barcelona, Octaedro, año I, Nro. 2, noviembre.

[2] Giroux, Henry (1990). “Los profesores como intelectuales transformativos”.  Los profesores  como  intelectuales.  Hacia  una  pedagogía  crítica  del  aprendizaje. Barcelona, Paidós.

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