La consigna del parcial me sorprendió y
me gustó mucho a la vez. Sin embargo, me desconcertó. En un primer momento, no
supe cómo iban a evaluarlo. Mi primera hipótesis fue que iban a poner una nota
estándar para todos los alumnos: “¡Un 9 para todos…!”. Fue muy llamativo de la
cursada que no nos hicieron devoluciones de tipo numérica, aunque sí el trabajo
de corrección fue muy minucioso y edificante en cuanto al contenido de nuestros
ensayos y parciales. Algo que valoro como muy positivo fue la modalidad de
corregir en Word los trabajos de todos los alumnos y poder contrastar lo que
uno hizo con lo que hicieron los demás porque, de esta forma, las instancias de
evaluación fueron también de aprendizaje, no solo de las correcciones del
docente, sino también de los compañeros.
Mientras escribía el guión teatral fui
pensando en los saberes que había adquirido a lo largo de la carrera. Si bien
Letras no está atravesada por una disciplina normativa, los conocimientos
acerca de cómo escribir correctamente se van incorporando, indefectiblemente,
con el paso de los años.
Desde que comencé la carrera, el trabajo
metaliterario de escribir críticas me fascinó, pero esta era la primera vez que
en ámbito académico me pedían escribir un texto de ficción. Pensé que tenía que
dar cuenta de ciertos saberes, por un lado, pero por el otro tenía la
posibilidad de ser original en cuanto a su estructura. Hacer ficción a partir
de textos críticos fue un trabajo “a la inversa” del que estaba habituada a
realizar.
Como la consigna no tenía mayores
limitaciones que las de seguir al menos dos textos críticos para elaborar el
guión teatral, podía empezar a pensar mi texto desde el lugar que quisiera. Lo
hice personal: elegí partir de mis sueños más codiciosos y vanidosos. Iba a
presentar la obra como un éxito de taquilla, dirigida por el mejor director
argentino de fama internacional que conozco y admiro. No solo eso, tenía que
tener un componente exótico y la escena no tenía que transcurrir en un aula:
era una casa llena de loros amaestrados para repetir incansablemente fórmulas
como el abecedario, las preposiciones, las tablas de multiplicar… pero no de
manera arbitraria: todos tenían que estar entrenados, en un fino trabajo de
adiestramiento. Los personajes que iban a interactuar en la función, dos
maestras de la vieja escuela –una, en proceso de conversión a las nuevas
disciplinas que proponen fomentar el interés como forma de enseñanza y no
“llenarlos de conocimientos”–, son gente del mundo real que llevé al papel,
también los alumnos egresados de apellidos militares fueron compañeros míos. El
único inconveniente era que los capítulos que había elegido de Bixo[1]
y Giroux[2]
no iban a aparecer de manera textual; sin embargo, tampoco era un requisito del
examen, así que hice un esfuerzo para desprenderme de ellos e intenté poner en
diálogo mi imaginación con el contenido crítico de ambos textos que había
elegido por el simple motivo que estos dos me hicieron pensar y enriquecieron,
especialmente, mi manera de pensar la enseñanza… Por último, el éxito de mi
producción iba a ser que Paula Labeur, o quien me corrigiera el trabajo, no se
aburriera. Este deseo tiene que ver, posiblemente, con la empatía que adquirí
con mis profesores, de la cátedra y de la facultad en general, este año.
…………………………..
[1] Bixio,
Beatriz (2003). “Pasos hacia una Didáctica sociocultural de la Lengua y la Literatura:
Sociolingúística y educación, un campo tensionado”. Lulú Coquette. Revista de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Barcelona,
Octaedro, año I, Nro. 2, noviembre.
[2] Giroux, Henry (1990). “Los profesores
como intelectuales transformativos”. Los
profesores como intelectuales. Hacia
una pedagogía crítica
del aprendizaje. Barcelona,
Paidós.
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