Tradicionalmente, los estudiantes
de Letras de la UBA estamos acostumbrados a ser evaluados a partir de una serie
de géneros académicos entre los que contamos la monografía, el parcial domiciliario,
el presencial, el final oral y el escrito. Estos géneros se aprenden
mayoritariamente a los ponchazos y, como tantas otras cosas, se naturalizan, al
punto de hacernos olvidar que también son un constructo que responde a una
determinada forma de producción y evaluación del conocimiento, una entre otras.
Algo de esto pensé mientras escribía la ficción. No en estas palabras. Sí
quizás en otras más ligadas a la negativa de lo que acabo de escribir, a la
otra cara de la moneda. Es decir, no pensé tanto en los géneros que conocía,
sino más bien en los que desconocía en su práctica escrita. La consigna de
ficción tuvo, en este sentido, un triple efecto.
Por un lado, el del desarme. Nadie
nos preparó a lo largo de la carrera para responder a una consigna en cielito.
Por otro, la toma de conciencia de una posibilidad. Si nadie nos preparó para
escribirlo, entonces, hay que inventar. Inventar dentro de los límites de un
género y una consigna, pero inventar al fin, porque de eso se trata la ficción,
de la inventio, que, no nos confundamos, no es una creación ex nihilo, no:
siempre tiene su marco. Por último, el efecto reactivo de la producción, que es
el salto hacia otro manejo de los saberes. Uno que, por definición, no es el
nuestro y que supone al mismo tiempo la reapropiación y la rescritura dentro de
las reglas y los géneros de la ficción. Ahí, tengo que admitirlo, me divertí
más. Y el efecto del placer, según lo entiendo, no es un dato menor. No si
pensamos que las prácticas estuvieron dirigidas a chicos, adolescentes, cuyo
mundo de experiencias está directamente ligado al placer lúdico del juego.
Fue, en síntesis, una experiencia
no asimilable a otras evaluaciones académicas; una práctica de
desautomatización y desacralización de ciertas formas del saber y -¿por qué
no?- del poder que dicta con pautas rígidas el acercamiento a la literatura; un
replanteo sobre el rol del docente de lengua y literatura como dinamizador de
una crítica a esas pautas desde su práctica; también, por último, algo del
orden del placer.
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