martes, 20 de noviembre de 2012

... Alejo González



Tradicionalmente, los estudiantes de Letras de la UBA estamos acostumbrados a ser evaluados a partir de una serie de géneros académicos entre los que contamos la monografía, el parcial domiciliario, el presencial, el final oral y el escrito. Estos géneros se aprenden mayoritariamente a los ponchazos y, como tantas otras cosas, se naturalizan, al punto de hacernos olvidar que también son un constructo que responde a una determinada forma de producción y evaluación del conocimiento, una entre otras. Algo de esto pensé mientras escribía la ficción. No en estas palabras. Sí quizás en otras más ligadas a la negativa de lo que acabo de escribir, a la otra cara de la moneda. Es decir, no pensé tanto en los géneros que conocía, sino más bien en los que desconocía en su práctica escrita. La consigna de ficción tuvo, en este sentido, un triple efecto.
Por un lado, el del desarme. Nadie nos preparó a lo largo de la carrera para responder a una consigna en cielito. Por otro, la toma de conciencia de una posibilidad. Si nadie nos preparó para escribirlo, entonces, hay que inventar. Inventar dentro de los límites de un género y una consigna, pero inventar al fin, porque de eso se trata la ficción, de la inventio, que, no nos confundamos, no es una creación ex nihilo, no: siempre tiene su marco. Por último, el efecto reactivo de la producción, que es el salto hacia otro manejo de los saberes. Uno que, por definición, no es el nuestro y que supone al mismo tiempo la reapropiación y la rescritura dentro de las reglas y los géneros de la ficción. Ahí, tengo que admitirlo, me divertí más. Y el efecto del placer, según lo entiendo, no es un dato menor. No si pensamos que las prácticas estuvieron dirigidas a chicos, adolescentes, cuyo mundo de experiencias está directamente ligado al placer lúdico del juego.
Fue, en síntesis, una experiencia no asimilable a otras evaluaciones académicas; una práctica de desautomatización y desacralización de ciertas formas del saber y -¿por qué no?- del poder que dicta con pautas rígidas el acercamiento a la literatura; un replanteo sobre el rol del docente de lengua y literatura como dinamizador de una crítica a esas pautas desde su práctica; también, por último, algo del orden del placer.  
    

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