viernes, 23 de noviembre de 2012

...Marino César




Ubicados, en el rol del alumno, muchas veces perdemos de vista la posibilidad de que nuestra propia voz encuentre un lugar de expresión en el formato, debemos reconocerlo, anquilosado de la monografía o el parcial, lo cual, creo que, en principio, nos invita  a rever el interrogante que se escamotea cuando alguien pregunta: ¿qué se evalúa con una monografía o con un parcial? Es cierto, no hay muchas vueltas que darle al asunto, la respuesta es obvia: los contenidos de un programa son los que se corroboran tanto en la monografía como en el parcial; pero, entonces, ¿dónde queda espacio para nuestra propia voz? Librados a los avatares de la suerte, los alumnos sabemos que dependemos de la laxitud del docente que nos toque en la cursada para poder canalizar las inquietudes con las que nos interpela el llamado de esa voz. Porque, como si estuviéramos pendientes de la bolilla que consagra nuestra inversión en el billete de lotería, los alumnos, también sabemos cuando la suerte nos sonríe con su renuente vallar de dientes y cuando no lo hace, o, lo que es lo mismo, cuando nos tenemos que apegar al plan del programa leyendo hasta las letras minúsculas y, cuando, favorablemente, aunque sea por un corto período de tiempo, podemos caminar por la tangente. Pero siempre, al menos esa es la sensación que mi me queda, se trata de tímidos intentos en los que los deseos de esa voz se esbozan como los garabateos en un borrador, porque, al fin y al cabo, siempre estamos supeditados al plan del programa.
Por este motivo, creo que la anómala circunstancia del parcial de Didáctica Especial y Prácticas de la Enseñanza atañe más a un reconocimiento de las potenciales alternativas de comunicación o, de una puesta en escena de cómo los saberes circulan por los canales que remedan las inquietudes que subsumen las consignas que se desglosan en los programas, que a una mera variación del formato estanco que cumplimenta el clisé académico con su decálogo de corroboración de lecturas repetidas hasta el hartazgo y no porque la reiteración sea la amalgama sobre la que se cimenta esencialmente el ejercicio de transmisión sobre los alumnos, sino porque pareciera que ese compuesto nunca termina de cuajar en una forma o, lo que es lo mismo, que nunca encuentra los canales dónde pueda ponerse en práctica. La oportunidad, entonces, de resolver un parcial tomando como pilar el género menoscabado por la formalidad a la que nos restringe su némesis, esto es, el género académico por excelencia, me refiero a la monografía, pero también el parcial, fue la opción que nos permitió reivindicar la utilidad del saber y, de algún modo, contestar a la pregunta que se interroga por: ¿qué se hace con el conocimiento?

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