Ubicados, en el
rol del alumno, muchas veces perdemos de vista la posibilidad de que nuestra
propia voz encuentre un lugar de expresión en el formato, debemos reconocerlo,
anquilosado de la monografía o el parcial, lo cual, creo que, en principio, nos
invita a rever el interrogante que se
escamotea cuando alguien pregunta: ¿qué se evalúa con una monografía o con un
parcial? Es cierto, no hay muchas vueltas que darle al asunto, la respuesta es
obvia: los contenidos de un programa son los que se corroboran tanto en la
monografía como en el parcial; pero, entonces, ¿dónde queda espacio para
nuestra propia voz? Librados a los avatares de la suerte, los alumnos sabemos
que dependemos de la laxitud del docente que nos toque en la cursada para poder
canalizar las inquietudes con las que nos interpela el llamado de esa voz.
Porque, como si estuviéramos pendientes de la bolilla que consagra nuestra
inversión en el billete de lotería, los alumnos, también sabemos cuando la
suerte nos sonríe con su renuente vallar de dientes y cuando no lo hace, o, lo
que es lo mismo, cuando nos tenemos que apegar al plan del programa leyendo
hasta las letras minúsculas y, cuando, favorablemente, aunque sea por un corto
período de tiempo, podemos caminar por la tangente. Pero siempre, al menos esa
es la sensación que mi me queda, se trata de tímidos intentos en los que los
deseos de esa voz se esbozan como los garabateos en un borrador, porque, al fin
y al cabo, siempre estamos supeditados al plan del programa.
Por
este motivo, creo que la anómala circunstancia del parcial de Didáctica
Especial y Prácticas de la Enseñanza atañe más a un reconocimiento de las
potenciales alternativas de comunicación o, de una puesta en escena de cómo los
saberes circulan por los canales que remedan las inquietudes que subsumen las
consignas que se desglosan en los programas, que a una mera variación del formato
estanco que cumplimenta el clisé académico con su decálogo de corroboración de
lecturas repetidas hasta el hartazgo y no porque la reiteración sea la amalgama
sobre la que se cimenta esencialmente el ejercicio de transmisión sobre los
alumnos, sino porque pareciera que ese compuesto nunca termina de cuajar en una
forma o, lo que es lo mismo, que nunca encuentra los canales dónde pueda
ponerse en práctica. La oportunidad, entonces, de resolver un parcial tomando
como pilar el género menoscabado por la formalidad a la que nos restringe su
némesis, esto es, el género académico por excelencia, me refiero a la
monografía, pero también el parcial, fue la opción que nos permitió reivindicar
la utilidad del saber y, de algún modo, contestar a la pregunta que se
interroga por: ¿qué se hace con el conocimiento?
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