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Creo
que a todos los que cursamos Didáctica Especial, lo primero que nos llamó la
atención, ya desde el primer cuatrimestre de la materia, fue el tuviéramos que
ponernos en los zapatos de los que serían luego nuestros alumnos de secundaria.
¿Suena extraño, no? Como alumnos universitarios nunca nos vemos obligados a
escribir ficción. Algunos pueden hacerlo por gusto, muchos pueden participar en
talleres de escritura, pero lo cierto es que en la carrera no hay espacio para
la ficción. Incluso hay poco espacio para ser creativos: se nos exige siempre
fundamentar nuestras lecturas en teorías varias, incluir muchas citas de
autoridad para poder confeccionar un apéndice de bibliografía súper extenso,
dejando de lado lo que podrían ser lecturas personales, basadas en la obra
misma.
Teniendo
en cuenta todo esto, me encontré frente a la consigna de escribir ficción para
el parcial. Además de todo lo anterior, ese
detalle: escribir ficción en un parcial.
¿Cómo sería calificado? Mi primer instinto fue pensar “¡pero si no pueden
calificar la calidad literaria…! Para que califiquen el contenido teórico,
entonces formulen preguntas puntuales”. Insolente, lo sé. Todavía no me
imaginaba lo fructífero que podía ser cruzar la ficción con la teoría; no tanto
para el momento de la escritura, sino para la lectura. Trabajando con esta
consigna, me di cuenta de que ésta era la manera ideal para descontracturar mi
relación con la teoría didáctica, que hasta ese momento había sido, hay que
decirlo, bastante tensa. Al tener que adaptar la teoría a un discurso de un
personaje de la obra de teatro que fue el formato que elegí, me vi obligada a
realmente pensar y repensar las propuestas de los autores teóricos: ¿A qué
apuntan? ¿Cómo se diferencian uno de otro? ¿En qué puntos se asemejan sus
planteos? Creo que lo más enriquecedor fue pensar a los autores como personajes
con personalidades propias, sacarlos del texto e intentar imaginar cómo
reaccionarían ante determinadas situaciones y planteos de otros personajes.
Esta comprensión de sus propuestas fue, por mucho, más significativa que la
mera “lectura y resumen” de un artículo para responder a una pregunta de
parcial ordinario.
Por
otra parte, esta consigna también me ayudó a repensar el hecho de que
usualmente consideramos que la ficción y el conocimiento corren por carriles
diferentes, cuando la verdad es que de los textos ficcionales nosotros,
estudiantes de letras, siempre estamos extrayendo teorías, pero esa es casi una
operación automatizada luego de años de carrera. Escribir esa obra de teatro
fue la operación inversa: fue poner teoría en la ficción, y por lo tanto,
conllevó un extrañamiento que derivó en una comprensión más profunda de ese
contenido teórico.
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