jueves, 22 de noviembre de 2012

El sueño del pibe. Yanina García




¿Qué les puedo decir…? Al principio eso de escribir ficción me pareció poco serio. Me dije “¿qué clase de contenido teórico se puede extraer de esto?”. Leí las alternativas para el ejercicio y la escena de una obra de teatro me pareció la más sencilla.
Me imaginé que todo el mundo (me gusta exagerar) que eligiera esa opción iba a escribir una escena de un aula de profesores y me dije “bah, no voy a hacer lo obvio, voy a escribir lo que me pinte y después veo cómo mecho la teoría”.
Y eso fue un problema… ¿Cómo mecho la teoría? Ahí mis personajes de circo me la complicaban. Llamaba desamparada a aquellos que ya habían terminado ese camino empedrado de Didáctica, para que me contaran sus experiencias y me dijeran, en definitiva, lo que quería oír: “No te preocupes, vamos a tomar una birra así te inspirás.” No, bueno, aunque no hubiera estado mal hacerlo, en realidad no me dijeron eso sino lo que dicen todos los amigos: “Tranquila, te va a ir bien. Ya se te va a ocurrir algo.”
Así que estaba sola… ese papel virtual y yo, como en un duelo del lejano oeste. El impulso primero de escribir “lo que pinte” tuvo ciertos límites. Reboté desde el trampolín de Alvarado entre mis propias líneas, mi primer impulso, y la valla era una luz fronteriza que me resistía a encarar, hasta que llegó la reescritura que tuve inevitablemente que hacer para enganchar la teoría.
No quería cambiar el carácter jocoso de mis personajes de circo para que encajara el contenido, así que finalmente acepté por reconocer que la actividad no era tan sencilla como parecía, que mechar teoría y ficción no es “poco serio”, sino que implica también un ejercicio de reflexión sobre los contenidos. Si el domador de leones era un conservador, bueno, bárbaro, pero ¿cómo sería lo que piensa ese conservador sobre la enseñanza?, ¿y el acróbata progresista? Ponerme en la piel de los personajes, como representantes de distintas corrientes metodológicas, implicaba ser yo misma por un instante esos personajes y poder pensar de acuerdo a esas metodologías. Y así, entonces, mientras me reflejaba en alguno más que en otro, me iba apropiando de los contenidos, al mismo tiempo que tomaba partido por un determinado método de enseñanza.
En fin… ¿qué les puedo decir? Si les gusta la literatura, aprender con ficción es (ya dije que me gustaba exagerar) el sueño del pibe.


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