Siete años en la
facultad de Filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires. Más de 25
materias, muchas sillas ocupadas, miles
de parciales (puede que un poco menos), horas y horas de escucha muy atenta y
no tanto. Unas cuantas monografías, mucha espera por la caída de ideas para
esas monografías y una idea confirmada: ¨en la facultad no te enseñan a
escribir.¨ Después de la sucesión todos estos elementos, parece que todo está
cocinado, un par de trabajos académicos más y denme mi título muchachos, que
cerramos todo. Y en una de las últimas materias…
Y en una de las
últimas materias, precisamente una de las que más claramente intenta formarme
en el rol docente me dice que no, que todavía falta algo más y lo que falta no
es nada conocido. Nada conocido en el ámbito académico, porque resulta que lo que falta es escribir, en una
instancia de evaluación, ¡un fragmento de FICCION!
¨No quiero, no
tengo porqué.¨ ¨Yo no vine a la facultad para esto.¨ ¨¿En qué se van a basar
para corregirme?¨ ¨¿Tiene que estar REALMENTE bueno? ¨Yo no soy ninguna
Cortázar. O ninguna Virgilio. O ninguna Di Benedetto. ¨ Estas, claramente, mis
ideas. Y luego, la resistencia durante
varios días. La página sin nada estaba ahí, más amenazante que cuando necesita
ser llenada de bibliografía. Revisé algunas cuestiones genéricas, porque elegí
escribir el fragmento de una obra de teatro
y para colmo, si alguna vez había incursionado en la escritura de
ficción, no la había hecho en ninguno de los géneros propuestos. Además, ese
temita, el de la vergüenza. ¨¿Qué va a pensar quien lo corrija? Y luego, una
idea: ¨Obviamente se va a reír.¨ Entonces, la calma; tomé esa conjetura mía
como certeza y comencé a escribir, no con la idea de que resultara un texto
cómico, sino con la idea de que si, aunque no fuera ¨lo buscado,¨ mi escrito
generaba risa, podía vivir con eso.
Después de todo, el punto que parecía menos
problemático de un parcial domiciliario, pero que luego fue cargándose de complejidad, puede
ser el inicio de una carrera impensada en las letras. Quién me dice.
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