Como estudiantes de
letras estamos acostumbrados a analizar hasta el hartazgo oraciones buscando
pistas que no permitan delinear una hipótesis de lectura; nos habituamos a leer
con un lápiz en la mano para marcar y analizar cada frase, cada texto. Sin
embargo, en mi recorrido académico no he encontrado una materia que me haga
poner en juego mi propia capacidad de crear ficciones. Obras de teatro,
novelas, cuentos, poemas, romances, diálogos, textos críticos, históricos;
miles de clases de géneros son devorados por nuestros ojos adiestrados en la
búsqueda de patrones, de elementos que nos permitan generar un análisis prolífico
y atinado. No obstante, los términos monografía, memorización, cita de autor, parecen
mantener una relación solidaria con la objetividad, y en este sentido es como
se orientan regularmente las consignas de evaluación.
Escribir la escena
teatral implicó leer a los autores de manera tal que pudiera pensarlos como
personajes que defendieran una determinada postura. Para cumplir con ese
objetivo, no sólo debí comprender sus teorías sino imaginar cómo podrían
plantearlas, y bajo qué escenario podría desarrollarse ese juego. Sentía que
estaba resignificando esas posturas desde un lugar que me permitía vincularlo
con la comicidad; acepción lejana a la idea que tenemos de los elementos que
engloban el campo de un trabajo académico.
Considero que es otra
posibilidad para evaluar, una instancia que apela a devolverle al alumno el
espacio de la ficción. Se trata, en parte, de desarticular esferas que en
principio se nos presentan separadas: por un lado está la literatura, a ella la
leemos y la estudiamos; por el otro, está el trabajo de análisis que debe
circunscribirse a los aspectos formales de la investigación. En la intersección
queda el estudiante, al que le está vedada la escritura de ficción: “La ficción
se lee, no se escribe”, podríamos resumir de manera escandalosa. Pero al fin y
al cabo, ¿no ingresamos muchos de nosotros a estudiar letras atravesados no
sólo por la pasión por la lectura, sino también interpelados por la necesidad
de escribir?
Por un lado, creo que
las prácticas de evaluación tradicionales (monografías, trabajos de
investigación, etc.) no compiten con otras formas, sino que deberían
alternarse. Considero que la disidencia entre ambas se debe en gran parte al
interrogante irresoluto: ¿se puede evaluar, y lo que es peor aún, calificar la
creatividad? Quizás el punto de conflicto se halle en que se confunde invención
de ficción con originalidad. Se puede evaluar un procedimiento, es posible
analizar si la ficción creada se corresponde en un todo orgánico y genera un
mundo con leyes lógicas que se correspondan entre sí. La originalidad, o el
gusto por el tema tratado, sin embargo, estarían alojados en una esfera
diferente que no debería interferir con las pautas de evaluación. En la medida
en que se puedan diferenciar estos patrones de análisis, podremos pensar nuevas
formas de evaluación que descoloquen al estudiante de su posición habitual, y
lo devuelva a un campo de múltiples entradas en donde la evaluación sea, a la
vez, un proceso de aprendizaje y resignificación, y no sólo un método de
verificación de lectura.
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