Estamos acostumbrados a diferenciar
siempre y dejar bien en claro la diferencia entre lo que es real y lo que no lo
es. El noticiero es realidad, el diario es realidad, un ensayo es realidad, un
poema, un cuento o una historieta no lo son… pero me pregunto, ¿por qué? ¿Acaso
la ficción no es también real? Una novela, un poema, una obra de teatro, ¿no
están hechos de palabras reales, con lenguas reales, personajes y situaciones
que son, al menos, posibles y existen en la imaginación? La ficción, ¿no
funciona del mismo modo que la realidad? ¿Por qué, entonces, no podemos tratar
dentro de la ficción asuntos reales, temas serios, cuestiones importantes? Yo
creo que no hay un por qué, simplemente no estamos acostumbrados a hacerlo.
Hace algunos meses los profesores de
Didáctica Especial y Prácticas de la Enseñanza, materia del Profesorado de
Letras que estoy cursando en la Universidad de Buenos Aires, me entregaron una
consigna de examen parcial que me obligó a reflexionar sobre estas cuestiones:
debía escribir un diálogo platónico, un cielito de la gauchesca, una escena
teatral o un guión de historieta en el que se expusieran los contenidos
teóricos de la materia. La sola insinuación de que fuera posible tratar
seriamente un contenido académico a través de la escritura de ficción fue una
completa novedad para mí. Acostumbrada al “relacione”, “explique”, “analice”,
“desarrolle” de los exámenes típicos de mi carrera, el mayor desafío no fue demostrar
que conocía y podía manejar los conceptos teóricos de la asignatura sino
establecer relaciones inusuales entre ellos. No fue sencillo afrontar este
desafío: el marco ficcional habilitaba ubicar en un mismo nivel todas los
pensamientos y teorías, sin importar la distancia de tiempo o de espacio que
las separó en su origen, enfrentarlas para que dialoguen y, lo que resultó
sumamente tentador, “jugar” con esas ideas, manejarlas con humor, ironía,
desenfado, sin burlarme de ellas pero explorando sus debilidades y tomando
posición para hacer quedar triunfante aquella que más me enriqueció. Acercar la
teoría a lo cotidiano, alejarla de lo rigurosamente pautado y delimitado del
trabajo monográfico, para que fluya por las líneas del papel, navegando entre las
letras de la imaginación, haciendo gala de la firmeza y buena hechura que les
impide naufragar.
Al realizar las prácticas docentes
recordé en varias ocasiones ese parcial, resignificando la consigna del mismo:
no solamente me había permitido acercarme a los contenidos de la asignatura de
un modo diferente a las formas tradicionales de evaluación sino que también
había habilitado un espacio para poner en práctica varias de esas ideas,
experimentando la escritura de ficción y acercándome a lo que podrían sentir
(¿inseguridad?, ¿ansiedad?, ¿placer?, ¿todo junto) mis futuros alumnos al
desarrollar ellos mismos una consigna de escritura de ficción.
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