jueves, 22 de noviembre de 2012

...Marina Beresñak




Cuando leí la consigna 2 (titulada La ficción) del parcial de didáctica, pensé: “¡wow! ¿qué es esto?” Cuando la releí, inmediatamente elegí: una escena de una obra de teatro. El resto de las opciones no iban (no me siento cómoda en ninguno de esos géneros) y hace un tiempo que estoy coqueteando con la idea de empezar a escribir obras de teatro.
El problema, una vez hecha la elección, era la parte de discutir “alguna idea relevante sobre la práctica de la enseñanza de la lengua y la literatura” a partir de autores de la bibliografía leída. Pensé, pensé y nada. Pero me gustaba la  idea de convertir a los autores en “personajes” o “voces”, ya que por fin los autores iban a dialogar, literalmente hablando, y por fin se iban a materializar las metáforas académicas que escuché en las clases de Puan.
Cuando no me quedó otra alternativa que sentarme a escribir (el parcial fue durante las vacaciones y yo me fui de viaje, así que lo tuve que redactar en una semana cuando volví), me obligué a escribir a partir de los autores cuyas teorías más me habían interesado: Maite Alvarado y Jerome Brunner (autor al que ya había leído en otras materias y que siempre me gustó).
Maite, Jerome, os presento. Se miraron y se quedaron callados. Después, me miraron a mí. Los dos personajes ya habían encontrado su autora, pero ésta no sabía qué hacer con ellos. Entonces, agarré los textos y me puse a tipear las citas que más me habían gustado de cada texto, las ideas que yo consideraba más importantes de cada uno. El texto de Jerome era más largo que el de Maite, y su teoría tenía más aristas. Cuando en algún lugar leí que la literatura construye subjetividades pensé: “sonamos: estoy más perdida de lo que yo pensaba”. Hacerlos hablar a ellos a partir de esta idea central en Bruner me permitía también pensar mis propios interrogantes relacionados a la literatura.
A partir de los fragmentos copiados, empecé a imaginarme en qué situación los podría hacer hablar y (se ve que estaba monotemática) se me ocurrió el patio de una escuela. Una vez que los senté en un banquito del patio y los puse a hablar, yo solo tuve que “cortar y pegar” y agregar detalles de la situación. Esta charla entre mi Maite y mi Jerome me permitió hacerlos decir lo que yo quería, pero intentando que sus palabras fueran verosímiles, y para eso me cuidaba de no alejarme de sus teorías. Los hice problematizar lo que decían según las preguntas que yo les hago en mi cabeza. Este ejercicio de escribir de manera descontracturada me permitió acercarme a los autores desde un lugar más cómodo, pero sin alejarme de lo que yo entiendo que ellos hubieran dicho.

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