... Silvana Aspani

Volver sobre la cursada me hace reflexionar sobre lo poco conectada que estuve con las clases de Bombini. El problema es lo que siempre se conversa con los compañeros. Parecía que las clases se construían en base a demasiadas afirmaciones y discusiones sobre planteos que quedaban irresolubles. Salías de la clase con la sensación de haber estado esperando la conformación de al menos un peldaño, una base firme que te permitiera de ahí en más pensar el planteo que proponía la cátedra.

Con respecto a los materiales teóricos, realmente no pude sacarles el mejor provecho posible. Era leerlos y esperar tal vez algo que no llegaba y eso era una especie de frustración que te llevaba a dejarlos abandonados hasta nuevo aviso. Otros textos te arrimaban a la idea pero aún sentía que nunca llegaba a completarse. La falta de las prácticas docentes que pusiera en juego esos postulados didácticos intervenía en esa vaciedad que uno percibía en las clases. A pesar de que yo tenía experiencia docente, no podía ponerlas en juego, nada me cerraba. Tal vez ese pensamiento devenía de mis experiencias que lejos de ser ideales, fueron muy frustrantes. Pero por un lado creo que tiene que ver con esa manera de percibir la docencia, como una secuela de la educación formal por la que todos pasamos. Y yo lo pude experimentar muy bien cuando hice las prácticas. Pensaba que lo que proponía realmente desestabilizaba ese molde educativo que aborrecía, que lo que estaba pensando como clase se corría de lo estipulado. Me enojé porque no entendía qué era lo que se pedía. Es que todas las clases y todo el material no me habían servido para entender. La práctica fue un golpe en la cabeza. ¿Vas a entender o no vas a entender? Cada vez que salía de la escuela en donde estaba haciendo las prácticas la sensación era la misma: clase tras clase me sorprendía lo mucho que se podía con la ficción. Y eso me daba ganas y planteos para un posible reencuentro con la docencia.