Hay varias cosas que el estudiante de Letras puede reclamarle a su carrera; pero ninguna tan fundamental como aquella que hace de nuestra formación una pura teoría, en detrimento de la práctica. Es un lugar común decir que aquella persona que escribe y empieza a estudiar Letras, mala elección ha hecho, porque la carrera coarta toda veta de escritura de ficción. Es un lugar común, y como todo lugar común, en algo se fundamenta. No quiero profundizar en esto, pero sí creo que es una gran deuda de nuestra formación la ausencia de un espacio de escritura literaria, y no sólo académica. Más aun cuando nos volvemos “especialistas” en este tipo de escritura. Ese mismo divorcio entre teoría y praxis (quizás no sean los mejores términos para la dicotomía, pero de momento sirven) se manifiesta en otro aspecto fundamental: no sólo somos especialistas en lengua y literatura, sino que enseñamos lengua y literatura, y sin embargo, los espacios en los que podemos ejercitarnos para esta profesión futura son prácticamente nulos (unas semanas de práctica a lo largo de varios años de carrera). Por supuesto, “si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”: la mayoría termina ejerciendo la práctica docente mucho antes de serlo formalmente, y así suple estos vacíos.
Como sea, al finalizar la carrera, en medio de este reclamo, uno se encuentra con la última materia para recibirse de profesor, y hete aquí la sorpresa: el foco está puesto en la escritura, más precisamente en la escritura de ficción, y tiene el propósito de llevar esto adentro del aula (como lo llevan los docentes de esta materia a las aulas de la facultad). Entonces, ¿escribir un cielito, un aguafuerte, un diálogo platónico? ¿Leí bien? Sí, la consigna nos dejó estupefactos. Por dentro, me regodeé con la idea y pude reconciliarme un poco con la carrera. Ojalá hubiese tenido más actividades de este tipo. Pero lo mejor de todo este asunto no fue sólo que nos propusieran desde la misma academia escribir ficción, sino que la propuesta no iba –por una vez– en detrimento de su par en el binomio: se puede escribir ficción sin divorciarse de la teoría. La bibliografía que nos ayudó en este ítem lo sostenía largamente, con lo cual el acercamiento se hizo más fácil. Por otro lado, el hecho de estar posicionados como alumnos, en simultaneidad con nuestras primeras prácticas docentes –al menos en el marco de la formación– y tener esta oportunidad de cruzar distintos registros, de apropiarnos de la teoría desde una práctica tan particular como es la escritura de ficción, contribuyó y contribuye a volcarlo sobre nuestra profesión futura.
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