Sería sencillamente una payasada de mi parte escribir una hojita sobre cómo en la facultad se deja de lado la escritura creativa. A esta altura pecaría de no sólo de redundante, sino que iría contra mi actitud ante las cosas: al empezar la carrera simplemente miré el plan de estudios, hablé con gente que estudió Letras y me enteré un poco de qué se trataba. A los 4 meses, sin tanta sorpresa, tuve la primera impresión de lo que más adelante sería la norma: Literatura-Bibliografía crítica-Parcial-Parcial-Monografía/Oral.
Qué bien entonces habernos cruzado con este nuevo modo de encarar las cosas. Un texto creativo como consigna incita, o mejor dicho, demanda, una nueva organización para la cual es prácticamente imposible apelar a la norma. Fue, sin lugar a dudas, un obstáculo digno de sortear. Apropiarse de la bibliografía teórica de esta manera implicó un giro copernicano, ver con nuevos ojos organizaciones viejas.
Tengo un único pero persistente pensamiento al respecto de la apropiación: quedarse en esta consigna de escritura creativa en base a la bibliografía teórica sería un error, el establecimiento de una nueva norma. Personalmente, se me hizo fatigoso cada minuto que en estos dos años de cursada pasamos “matándonos” desde la didáctica con nuestra “alta casa de estudios”, no sin razón pero sí incansablemente y muchas veces victimizándonos en vez de ideando una acción concreta para contrarrestar su academicismo matapibes.
Si algo me dejó el concepto y la práctica de “apropiación” de la bibliografía con este mecanismo es un imperativo que nada tiene que ver con fomentar “desde fuera” la escritura creativa pidiéndole bañada en llanto a las cátedras de Teoría Literaria que generen talleres: se trata de, a partir de ahora, intentar minar mi trabajo académico apropiándome constantemente de lo que se me ofrece, creo que es el único modo de propagar este virus de subjetividad-puesta-en-juego que fue tan agradable alojar. Creo que se trata de jugársela un poco más.
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