Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre.
Saki, “La ventana abierta” (1973)
Para el parcial de la materia de Didáctica Especial dictada por el profesor Bombini, se decidió dar una consigna que, en principio, nos desconcertó y hasta pensamos que la gente de esta cátedra desvariaba un poco.
Una o dos semanas antes se había suscitado una discusión en la clase en torno a la pertinencia de la bibliografía teórica en relación a una materia que entendíamos enfocada hacia la práctica de la enseñanza. En ese marco, una consigna que apostaba por la ficción a la hora de generar una apropiación de la bibliografía nos terminaba de desconcertar.
Más allá de la dificultad o la calidad de apropiación de los conceptos teóricos que planteaba un parcial con tal resolución, esa consigna me llevó a pensar en la poca o nula presencia en la carrera de Letras de la escritura ficcional por parte de los alumnos; una práctica que circula casi anónimamente por distintos formatos, que se da por sentado que cada uno de nosotros ejercita en algún espacio y con dedicación irregular, pero en todo caso, no pasa por el centro de la práctica académica. Algo de esto también se comentó en alguna de las clases prácticas, y quizá se extendió hasta dos o tres metros luego de abandonar el aula, pero hasta ahora, en ningún proyecto de reforma de plan de estudios figura algún punto que se refiera a esta cuestión.
Por eso, la escritura de ficción en ámbitos de educación se me figuró como patrimonio de la escuela media, pegada a la enseñanza y al ejercicio escolar. Y en ese sentido, me hizo reflexionar, sobre todo, en el sentido de la ficción en la escuela: en algún punto, este ejercicio evocaba un poco a aquellos, los volvía más conscientes y permitía ver que efectivamente podían ser vehículo de elaboración y apropiación de saberes y no sólo un ejercicio de “libertad creativa”.
Para poder llevar a cabo lo que se pedía, necesité cierto alejamiento, cierto olvido de las formas o géneros académicos. Debía sentarme diferente ante la hoja o el teclado de la pc. Literalmente. Implicó una entrada a la teoría desde otro lugar y en este sentido, no estuvo exenta de un sentimiento de inseguridad frente a lo que estaba escribiendo. Y había otra cuestión: la ficción filtraba una dimensión lúdica y un nivel de incertidumbre y arrojo nuevos.
No puedo saber con exactitud de qué forma la bibliografía y la ficción se relacionaron en aquella aguafuerte que escribí. Pero logró despertar esa pregunta, y que no tenga aún una clara respuesta, la convierte, por lo menos, en una provocadora consigna.
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