Cuando nos entregaron las consignas del parcial de Didáctica Especial y Prácticas de la Enseñanza en Lengua y Literatura, la sorpresa y confusión fue general. ¿Cómo hacer para que en una escritura ficcional apareciera un problema o un, reflexión acerca de la enseñanza sin caer en lo socarrón o lo evidente?
No creo haber conseguido este último objetivo, de hecho, mi obra de teatro, a pesar de concentrarse en un tema que me parece importante (la constante adaptación que lo docentes tenemos que hacer al interior del aula y la escuela), mis personajes terminaron siendo bastante estereotipados, incluso el que, supuestamente, representaba mi visión sobre el tema.
En este caso, la bibliografía utilizada no fue algo a lo que recurrí para pensar qué escribir, sino que lo que salió fue producto directo de las lecturas anteriores. Quizás sin darme cuenta pensaba en un concepto que me quedó grabado: enseñar de lo que el otro puede imaginar, no desde lo que ya sabe. Entonces, ¿Si yo no puedo adaptarme a los cambios en la imaginación del otro, cómo puedo ayudarlo a aprender?
En términos generacionales, la distancia es muy fuerte. Los productos de la imaginación, creo, son culturales y dependen de las coordenadas espaciotemporales. Pero no puedo evitar llegar a la conclusión de que imaginar, adaptarse, ponerse en el lugar del otro es algo que no depende del lugar o el momento en el que vivimos, sino de la empatía natural que la docencia requiere. Empatía en el sentido de considerar al otro como un par, estimulándolo para que explote otras áreas del conocimiento que no pensaba posibles explotar. Como la consigna hizo conmigo. La obra de teatro, que quizás no me salió como hubiera querido, provocó que tuviera que mezclar imaginación, experiencia y conocimiento. Creo que eso es aprender un poco.
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