Yo hice una escena de una obra de teatro mayor. Con eso, en verdad, resolví el problema de la construcción de la totalidad de una obra, que es algo más complejo. Al plantear que lo que escribía era una escena de una obra mayor no escrita me facilitaba las cosas.
Esa actividad fue mucho más fácil y divertida para mí que la actividad teórica propuesta en la otra parte del examen. La escritura de ficción, en mi caso, es algo que me gusta practicar y, en general, creo que da mucha mayor libertad. Lo que se practica en la academia es la escritura de monografías, si bien en ellas hay cierta libertad en relación con la lectura propuesta de la obra elegida, es un género que debe cumplir determinadas reglas. La ficción permite algo más lúdico e imaginativo, que para mí es más distendido. Creo que estas características de la ficción la hicieron un buen ámbito para integrar conocimientos. Fue lindo para mí haber tenido la posibilidad de practicarla como examen. Las prácticas que dimos, las orientamos más a la producción que a la lectura. Si leíamos, lo hacíamos con el objetivo de producir porque nos pareció que producir era una buena manera de entender algo. Así les hicimos producir metáforas (del tipo de las kenningars), haikus, oximorons. Las actividades las definíamos también como juegos que jugábamos en conjunto con los chicos. En la instancia de producción eran ellos los que mandaban, definían la frase, corregían. No se trataba de un saber que nosotras debíamos constatar en ellos, sino de una práctica que ellos llevaban a cabo y en la que ellos eran los que poseían el saber, la decisión. Y mediante la cual iban dominando la técnica. En cada una de las clases que dimos, los chicos se volvieron expertos en la construcción de kenningars, de haikus, de oximorons (y de poemas hechos con oximorons). Yo creo que tanto la escritura como la lengua son una técnica, una práctica. Quizás se piense más fácilmente la ficción como una técnica y menos la lengua, pero ambas lo son para mí.
Algo similar creo que pasó con la práctica de escritura del examen de didáctica. La ficción permitía que no fuera todo una cuestión de comprobación de contenidos.
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