La consigna de escritura planteada en el parcial fue una experiencia novedosa para mí como alumno. Esa novedad, además, me llega justo cuando terminé la carrera (de hecho, fue la última a la que contesté exceptuando esta que escribo ahora) y estoy empezando a ejercer la docencia en media. Si a esa particularidad le sumamos la experiencia del proyecto llevado a cabo en las prácticas, volver sobre esa experiencia de escribir ficción a partir de la teoría se vuelve algo muy sugestivo.
Primero estuvo la instancia de decidir qué tipo de texto escribir. Ahí no lo dudé, porque siempre me gustó la literatura gauchesca y la posibilidad de escribir los cielitos me convenció de entrada. Incluso hice en mi carrera un seminario sobre literatura gauchesca, así que tengo un conocimiento del género (o por lo menos de obras y autores) un poco más allá de la media de los compañeros de la carrera. Pero claro, por más seminario que haya hecho, nunca me hicieron escribir un cielito. “Si lo que les gusta es escribir, se equivocaron de carrera”, suele sentenciar una voz al comienzo de nuestra trayectoria en la facultad. La pregunta que habría que hacerle es por qué…
Como productor (por no decir escritor) del texto sentí también que era une experiencia nueva. Por lo general, cuando producimos un texto para la facultad lo hacemos en el marco de eso que denominaríamos el texto académico, cuyo destinatario es el profesor y cuyo destino inexorable es quedar arrumbado en una pila de apuntes, sino en la basura. Y en el fondo es una cuestión de representaciones, porque en este caso el destino de los textos no era distinto. Sin embargo, al escribir estos textitos poéticos (para ser generoso) uno pone algo más, lo imagina como un texto en el cual vale la pena esmerarse, lo piensa como algo para mostrar a los compañeros…
Fue muy divertido responder a la consigna. Escribí el texto casi de un tirón, pero en el sentido temporal. Porque el texto lo trabajé mucho, le di vueltas y vueltas para cerrar los versos, para generar algunas imágenes divertidas y que a la vez dieran cuenta de los problemas planteados en la bibliografía. Se me planteaban problemas; ¿cómo introducir a los poemas diversas voces y ponerlas a discutir? Fácil, la gauchesca es especialista en estas cuitas: una payada de contrapunto no es tan distinta a un debate académico, después de todo. Y así fue saliendo el texto…
El saldo es más que positivo. Ahora que lo pienso, cruzándolo con la experiencia de las prácticas, puedo decir que me entusiasma saber que hay tantas formas de aprender algo, de tratar de enseñarlo, y que muchas de esas formas pueden ser un verdadero gusto para todos los que intervienen en ella.
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