Promediando la cursada de Didáctica especial, en la segunda consigna del parcial tenía que escribir acerca de alguna idea relevante sobre la práctica de enseñanza de la Lengua y la Literatura, pero desde un género ficcional. Esto me alarmó bastante. En esos días empecé a tomar dosis más altas de café y a leer de manera copiosa cielitos, obras de teatro y diversas historietas en busca de ideas. Cuando consulté con compañeros de la materia me di cuenta de que la alarma era bastante generalizada.
Bueno, todos estábamos en la misma, pensé. Algo va a salir finalmente, algo va a salir finalmente, algo va a salir finalmente. Y la página seguía en blanco, el cursor, titilando, no se movía. Entonces, seguía leyendo obras de distintos géneros. Y todo lo que leía me daba pie para escribir sobre distintas cuestiones, pero lo que se dice “un problema de la práctica de enseñanza de la Lengua y la Literatura”… no.
Después de muchas vueltas, pensé que si no podía decidir respecto del tema, tenía que –al menos- elegir un género a partir del cual escribir. Dentro de los géneros propuestos, con el que más cómoda me sentía era con el teatral. Escribiría un texto perteneciente al género dramático, entonces. Bien, una menos. Siguiente paso: ¿Qué escena teatral escribir?
A mí me gusta mucho escribir, pero sentía que tocar un tema como el que me proponían desde la cátedra iba a tornar la escritura en una especie de somnífero. En ese momento, para mí la ecuación era sencilla: o escribía un texto teatral interesante pero que no relevante para la cátedra, o uno aburrido pero con más contenido de la bibliografía de Didáctica especial.
Bueno, empiezo a escribir. Personajes: Ministro de Educación de la Nación, un secretario y el diablo. Sí, el tema del pacto con el diablo me parece perfecto. O al menos a mí me parece interesante. El Ministro se encuentra en una encrucijada: va a aprobar una reforma educativa y reflexiona respecto de su rol como docente. Por supuesto, el diablo quiere tentarlo.
Veo que no hay un problema muy puntual sobre las prácticas de la Lengua y la Literatura, sino uno más bien general sobre la postura del profesor como un intelectual, agente de una mediación cultural. Pero no puedo con mi genio. Termino de escribir y me parece que, a pesar de que no cumple 100% con una restricción de la consigna, pude escribir una escena teatral utilizando recursos del género dramático. Había escrito otras cosas –siempre prosa, nunca poesía-, pero nunca una pieza teatral. Entonces, por el lado del género, me encontraba muy satisfecha. Ahora bien, por el lado del “problema” planteado, no había logrado el objetivo.
Me voy a hacer cargo de mis prejuicios y diré que hoy, tal vez, podría escribir un relato ficcional que no sólo respete la restricción de la cátedra, sino también mi propia restricción: que ese texto sea, también, un texto interesante para leer.
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