Estaba en la parada del 44. Había salido de rendir un final, de esos finales que uno prepara como si fuese a entregar su vida a tres personas que mientras hacen que te escuchan le piden al de Mc Pancho un café con leche, dos medialunas y un tostado de jamón y queso en pan árabe. Y vos escuchás eso y tenés la boca seca, porque estás nerviosa, porque crees que todo lo que estás diciendo podría llegar a estar mal, y ese mes de enero de bar en bar, de miles y miles de litros de mate, habrían sido en vano. Pero no, los tipos se piden el café y después te comentan algo. Y de la galera, o no (porque generalmente alguien te dijo que esto lo tengas pensado) tenés que relacionar lo que acabaste de decir con otra obra con otro autor con otro siglo. La famosa pregunta "¿y esto...cómo lo podés ver acá...?". Pero se termina. Y entonces estás esperando el colectivo con la libreta firmada, y llega alguien que conoces de vista, porque en Puán a casi todos conoces de vista, y después de una serie de preguntas incómodas, llega la peor: “Y, ¿te falta poco para terminar?”. Y en ese momento te querés ahogar en un vaso de agua y rogar que lleguen cinco colectivos y hacerte la boluda, subir a otro y no responder esa pregunta nunca. Nada de eso sucedió. No sé qué le respondí a esa persona. Pero, ahora, pienso: me anoté en Letras porque me gustaba escribir. Me gusta escribir. Nadie me enseñó a escribir en Letras. Me quedan tres materias. Me falta poco para terminar. Ya hice las didácticas. Ya di diez horas de clase. Me gusta dar clase. ¿Sé dar clase? Ahora, también, recuerdo: hace unos meses tuve que escribir. De hecho, podía elegir cómo escribir. Decidí hacer una historieta. Mi hermano es historietista y supuse que él se encargaría de los dibujos. Le dije: “Nicolás, tengo que hacer una historieta para didáctica, ya sé de qué hacerla, mirá escribí esto, yo quiero que se vea el conflicto que tiene una estudiante de Letras a la hora de ponerse a estudiar teoría sobre la enseñanza de lengua y literatura. Ella lee, no sabe bien qué hacer con ese conocimiento. No sabe si eso le va a servir. No sabe qué hacer, si leer, si ir a dar clases, si aprobar. Tiene ganas de irse corriendo. Pero tampoco sabe a dónde.” Claramente, mi hermano no entendió nada. Y entonces empecé a contarle toda la materia, los textos que tuve que leer, qué vimos en clase, por qué es un problema, cuál es el problema. Y entonces, ahí me dijo: “ok, todo muy bien, pero tenés que hacer una historieta, vas a trabajar con imágenes. Las imágenes por sí mismas tienen que decir todo esto que me estás diciendo.” Yo no sabía eso. Yo le había hecho unos cuadrados, unos dibujos bastante malos, uno globos de diálogo y un texto en esos globos. Pero así no funcionaba. Entonces, aprendí otras cosas. Y esas otras cosas me hacen, ahora, pensar que escribir ficción no sólo es escribir ficción. Es pensar que eso es el punto de partida. Pensar las consignas es casi tan difícil como evaluar los resultados de esas consignas. Yo no sé cómo me fue con esa historieta. Tampoco sé cómo escribir una consigna. Pero sí, que evaluar no es sólo poner una nota. Y menos una firma en la libreta.
Publicado por Gilda en 14:08 ETIQUETAS: la acadé 0 COMENTARIOS
No hay comentarios:
Publicar un comentario