miércoles, 30 de noviembre de 2011

Walter Viegas - Aprender y divertirse, combo didáctico

Cuando leí las consignas del parcial, me gustó la idea de escribir un texto de ficción utilizando teoría. En principio, porque acostumbro escribir y no lo sentí como una demanda temible. Supe que me iba a resultar agradable, mucho más que la otra consigna. Pero seguramente lo más atractivo fue que, según yo entendí la propuesta de trabajo, la índole de la actividad daba por supuesto una completa libertad para usar esa teoría por fuera de los cánones académicos.

Opté por la obra de teatro, por los teóricos que se dedicaban a la escritura creativa en las escuelas y enseguida los autores se me representaron como protagonistas y el recorte que podía hacer de sus textos me permitía utilizar la ironía, el sarcasmo, descontracturar, soltar, desolemnizar... El antagonista necesario era el alumno. Decidí que sería un personaje inocente perdido en un mundo delirante, al estilo de Alicia en el País de las Maravillas. Y el tono de la obra apareció solo: el delirio de esos “locos de la teoría” era imposible de seguir, tanto que el niño elige desoír tanto alboroto y sentarse a escribir por su cuenta. En un punto me identifiqué con el personaje, jeje!

Me divertí mucho escribiendo la obrita y hasta fantaseé con que sería divertido también para el que la leyera. Aunque no es frecuente que en la Facultad se nos brinde la oportunidad de escapar de la escritura de claustro, hasta ahora no había reconocido la falta total ( e insólita) de creación literaria a lo largo de la carrera. Creo que lo más cercano a eso fue un seminario de Delfina Muschietti en el que debíamos traducir poetas extranjeros al español y justificar las elecciones de transposición que tomábamos durante la tarea. Esta fue la segunda oportunidad de ser creativo. Lo interesante fue que la teoría igual sentaba su precedente en el texto y lograba transmitir conceptos básicos a pesar de la desfachatez con la que traté estos materiales.

Incluso supongo que esa experiencia debe haber nutrido mis planes durante las prácticas escolares: hacer que los chicos pudieran acercarse a la poesía de una manera más entretenida y aún así estar aprendiendo. Mis propuestas de trabajo tuvieron que ver con eso. En algún lugar de mi mente resonó la certeza: “Si yo soy capaz de divertirme usando la teoría sin esa fatalidad que tiene lo trascendente, los chicos van a poder divertirse con la poesía también”. Y creo que salió muy bien, en los dos casos.

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