Tras largos años de cursada en la carrera de Letras, los alumnos generamos ciertas habilidades de escritura para unos géneros muy particulares, que son las modalidades: parciales presenciales, domiciliarios y monografías. Pero los programas de las materias soslayan sistemáticamente la producción de cualquier tipo de escritura que no se ajuste al modelo académico. Por un lado, esto nos genera una gran rigidez a la hora de juzgar ciertas escrituras, que no se ciñen al canon de las aulas de Puán; por otro lado, desplaza nuestros deseos de escribir ficción. Por eso, cuando ingresamos en la docencia nos cuesta tanto salir de este micromundo y entender lo que sucede en las aulas de las escuelas.
Luego de egresar de la carrera, la cursada de la materia Didáctica me aportó una nueva mirada sobre la importancia de fomentar la escritura de ficción en los alumnos. Al mismo tiempo, me presentó un gran desafío que fue, justamente, obligarme a escribir un texto de ficción. Confieso que me costó mucho. Elegí el género que supuse más estereotipado y por lo tanto el que requería menos imaginación, que era el diálogo platónico. Sin embargo, en el momento de la escritura se me presentaron muchas dificultades, debía decidir durante la práctica sobre muchas cuestiones que no había reflexionado antes de tener el teclado frente a mí y aquello que supuse un género más restringido se abría ante mí como un abanico con miles de posibilidades diferentes. Entonces, me percaté de mi falta de práctica y habilidad para este tipo de escritura, y supe que había perdido todo contacto con la escritura de ficción a través de estos años dedicados a hablar sobre la ficción que escriben los otros; los que escriben bien, los que tienen estilo, los grandes escritores.
Creo que hay un salto abismal, entre la dimensión de la planificación de un texto y el trabajo artesanal que supone su concreción. Este ejercicio a simple vista tan sencillo, me llevó largas tardes de incertidumbre. Mi plan era buscar algún diálogo breve de Platón, observar detenidamente su forma para poder copiarla y luego adaptar una temática muy actual a ese género escrito hace miles de años. Todas las definiciones de estilización y parodia que había estudiado durante la carrera me sirvieron de muy poco, evidentemente, el trabajo era otro.
Pero, este ejercicio despertó mis deseos dormidos de intentar ensayar otros modos de escritura que no se ajusten de forma estricta al molde texto académico, y supongan cierto grado de ficcionalización. Supongo que la obligación de escribir un texto de ficción me hizo reconciliar con el placer de la escritura y me ayudó a mirar de otra manera las producciones de mis alumnos, con menos prejuicios y rigurosidades.
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