La cabeza del alumno de letras es monográfica. No nos enseñan pero aprendemos a los ponchazos cómo escribir una monografía y el interlineado y medio se convierte en nuestro mejor amigo cuando no tenemos mucho más que decir. Y entonces Didáctica y esa bibliografía que se lee en términos estrictamente utilitarios y el resto se espía. Se avecina el parcial y esperamos preguntas. “Elija 2 de las siguientes y responda”. Extensión, fuente, márgenes y más de lo mismo. Pero no. Escribir un cielito, un diálogo platónico o una obra de teatro. A ver, a ver, a ver….¿qué quieren estos? A nosotros no nos enseñan a hacer estas cosas. Mi cabeza es monográfica y así quedará. Pero bueno, uno quiere aprobar y se sienta a escribir. La obra de teatro es lo que más me convence, por lo menos estoy acostumbrada a este tipo de producción. Pienso en los personajes, en una situación. Y de repente empiezan a aparecer las discusiones. Y esa bibliografía apenas espiada me insta a que la lea porque en la obra hay una discusión que está de los pelos y…. a ver qué dijo este otro que leí en Sociolingüística. Ah, mirá, tiene que ver con esto y con aquello. Y los personajes discuten y plantean posturas diferentes y quizá hasta me pueda reconocer en alguno de ellos. La bibliografía que espié y después leí deja sus rastros en el texto. Hubo una apropiación distinta. Ya no fue un leer para citar y corroborar o refutar mi hipótesis. Se trató de un hacer discutir, de un inventar el espacio y ver qué pasaría si estos dos, tres o cuatro se juntan. Entonces… ¿lectura utilitaria?, ¿espío y tomo seis ideas centrales? No, ya no hizo falta. Mejor leer para crear.
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