miércoles, 30 de noviembre de 2011

Teatro sin límites -Agustina Cura

Lugar donde se realizó la práctica: Escuela media N°8 (ex Nacional de San Isidro). Es una escuela que presenta una situación educativa particular, después de varios años de funcionar según el plan de los Colegios Nacionales gracias a una carta de intención de la UBA, el año pasado esa intención caducó y hubo una gran parte de la comunidad educativa que luchó para que la escuela no fuera absorbida por la LES y guardara sus características educativas de Colegio Nacional. En abril de este año, en La Plata decidieron a favor de este último grupo.

El curso es 3ero. 2da. Turno mañana. Son 26 alumnos en total. Los cursos se dividen por idioma elegido, y 3ero 2da está formado por quienes optaron por italiano.

Mi recorte de una situación significativa es más bien un collage: un doble recorte pegado. Ya que el grupo de alumnos que observé en la primera parte del año y con el que hice las prácticas es el mismo, me gustaría traer al presente una situación de aquel entonces, cuando los conocí, y una del mes pasado, entre las que encuentro relación.

La primera situación fue comentada en el ensayo de las observaciones: en la clase estaban comentando colectivamente la lectura de “Un parto insospechado” de Virgilio Piñera y la profesora tomaba nota de lo que iban diciendo los chicos. La conversación iba por los caminos de lo fantástico. Los chicos aportaban otras historias, en libros o películas, a las que les hacía acordar el cuento recientemente leído, debatían sobre la vida y la muerte, y las religiones; cuando en medio del debate, una chica, Abril, levanta la mano y opina: - “me parece cualquiera que sigamos hablando de esto. Está bien, el cuento está bueno, pero no da para hablarlo tanto, porque total no va a pasar.” Esta situación me parece significativa por varias razones: es una situación en la que se debate sobre literatura, donde se sale de los límites convencionales del saber escolar literario, y donde hay un espacio también para la incomodidad y la expresión de esa incomodidad. Esta situación da la oportunidad a la profesora de preguntar al grupo: “¿y no se puede hablar de lo que está fuera de la realidad?” y enriquecer la conversación aún más.

El segundo recorte que quiero traer es una situación del último día de las prácticas: Cuando hablábamos entre todos sobre la obra de teatro que estábamos leyendo, Seis personajes en busca de un autor, Santiago opinó: “al final en esta obra no pasa nada. Son sólo personajes, sin argumento”. Lo dijo medio enojado, a decir verdad. Sin embargo, este comentario sirvió como disparador y revitalizó el debate, abriendo otra arista: la conversación derivó en los límites de la ficción y la realidad, en mostrar el procedimiento, en el arte posmoderno, entre otras cosas. Y me sentí plena al estar casi ausente, participando de la conversación como uno más, porque esta conversación derivó en los temas que a los chicos, los compañeros de Santiago, le interesaban. Y resultó ser que a Santiago también.

Creo que estos dos esbozos juntos delinean lo que más me fascinó de la experiencia de las prácticas: realmente el conocimiento se construye entre todos, pensando, discutiendo, leyendo, opinando, y se construye sin demasiadas certezas, con los conocimientos y experiencias que cada uno de los veinticinco que estábamos en el aula.

Las incomodidades y desacuerdos nutren el debate, me atrevería a decir que más que las afirmaciones. Me encantó que en las dos situaciones existiera el espacio para que los chicos expresaran lo que pensaban, y que los compañeros los escucharan y expresaran a su vez sus ideas, porque son esas ideas las que construyen la clase.

Mirando retrospectivamente, muchas de las cosas que hablamos durante este año en el grupo de didáctica, existieron después en las prácticas. Cosas como el no subestimar a los chicos, que las inquietudes surgirían solas, el poner semillitas para ver qué sale de eso, en vez de exponer todo lo que me gustaría que salga a flote, todo eso pude comprobar en las prácticas, no sin miedo previo a que no me saliera.

Con el recuerdo como alumna de secundario de clases expositivas y cuestionarios para comprobar la lectura de tal o cual texto literario, estuvo genial haber probado estar del otro lado apostando a algo más, apostando al hacer entre todos. En las dos situaciones que recorto, se hizo crítica literaria entre todos, algo que creía imposible para un curso de colegio secundario.

¿Escribir ficción en Puan?- Valeria Scutiero

La pregunta puede generar distintas reacciones: sorpresa, incredulidad, indignación…a pocos (“este no es un taller de escritura, sino una alta casa de estudios…”), y por qué no, entusiasmo. Para quienes egresamos siendo “casi expertos en género monografía” (todo lo que escribimos parece ser una mini monografía), la consigna de ficción es una oportunidad nueva de reflexionar sobre la bibliografía de manera diferente, pero también para pensar el problema retórico de la escritura, ya que nos obliga a repensar la escritura, ya no desde un género familiar y muy visitado, sino desde el desafío que representa “lo nuevo”.

A la primera pregunta, casi retórica para los estudiantes, le siguen otras, como ¿por qué no se escribe ficción en Puán? Supongo que esta respuesta sería interesante escucharla de los docentes de la carrera (unos cuantos, escritores de ficción, además de profesores). A modo de hipótesis, imagino que la práctica “escribir una monografía sobre…” también para ellos resulta familiar, implica un modo de leer y corregir muy conocido, que no requiere poner en práctica la reflexión de nuevos saberes o nuevo modos de acercarse a unos textos que se alejan de los “textos canónicos”, y bueno, a veces, eso genera resistencia (como la que experimentamos algunos cuando leímos la consigna). Proponer otros modos de escritura “académica” implica estar dispuestos a leer textos “diferentes”, quizás, para algunos, menos “acartonados” (entendido como menos rigurosos, serios… “académicos”). Sin embargo, la escritura de ficción interpela al sujeto directamente, lo compromete de manera diferente en la producción de saberes.

Entonces, la consigna de escritura de ficción a partir de la bibliografía teórica pone en evidencia la permanencia de una práctica de escritura “naturalizada” para docentes y estudiantes (después de escribir varias monografías de práctica, claro), que se vuelve repetitiva y que se orienta más a la reproducción que a la producción de saberes.

Edgardo De Bernardi -Vimos un puente después de haber cruzado el río

Al momento de leer la segunda consigna del parcial pensé que existía una incongruencia entre la pretensión de la cátedra de proponernos escribir un texto de ficción y la situación misma de parcial, que exige y abre la expectativa de otro tipo de escritura. Y si bien la consigna fue divertida, aún lo sigo pensando.

Supongo que adopto este posicionamiento en razón de años de cursada en que jamás se nos puso, como estudiantes, ante la situación de tener que escribir literatura. Y menos aún, ante la situación de escribir ficción en el marco de un parcial. La escritura de ficción estuvo, al menos en mi caso, siempre relegada al ámbito privado hasta que, finalmente, dejó de existir. Por otro lado, la escritura ficcional en situación de evaluación me lleva a pensar que existe una zona en la que es patente la escisión entre la literatura y la transmisión de conocimientos. No lo veo mal. Creo que hay situaciones que conllevan determinadas exigencias en los sujetos. En este sentido, veo que la consigna propuesta por la cátedra es en sí una propuesta que, al mismo tiempo en que hace aflorar una carencia o una práctica relegada en la carrera de Letras, promueve una actividad un tanto lúdica (ya que si bien posibilita la creación, debemos también dar cuenta de lecturas prescritas) que nos pone en la situación de (futuros) docentes de instituciones educativas distintas a la Universidad en donde se hace necesaria una cuota de divertimento para enseñar. En el primer caso, la consigna es un poco extraña en tanto constituye algo no esperable como instancia evaluatoria. En segundo término, la consigna es una especie de puente al ejercicio de la docencia. Pero es un puente que vi cuando ya había cruzado el río.

Resta el consuelo de haberlo visto.

Cecilia Magadán - El bostezo como unidad de medida

Un profesor que tuve alguna vez en la carrera de Letras, en una monografía que yo había entregado, escribió una devolución que comenzaba así: “La calidad de un parcial se mide por la cantidad de bostezos que produce en el profesor que está leyendo”. En esta ocasión, en lugar de aplicar esta unidad de medida al producto, podríamos aplicarla a la consigna, simplemente porque yo me divertí —y no creo haber bostezado más que una o dos veces— inventando mi falsa obra de teatro-chat multimedia.

Recuerdo, al principio, haber planeado hacer participar solo a tres autores de nuestra bibliografía. Después me fui entusiasmando y quería dar un papel a cada uno: todos merecían su minuto de fama. Para ese ejercicio explícito de anacronismos (¿cómo iban a convivir y (re)conocerse Bourdieu con Blanche-Benveniste con Gianni Rodari con Elsie Rockwell?) y de plurilingüismo (¿qué lengua decidirían usar como lengua franca?), tuve que inventar soluciones e imaginar a cada momento qué pasaría si… Finalmente y literalmente, logré desprejuiciadamente “apropiarme” de los autores más que de la bibliografía (no sé si Bourdieu habría estado tan contento en este caso...).

La consigna así pautada fue un desafío. Significó releer los autores y jugar con ellos, ponerlos en situaciones en las que fue necesario llevar su pensamiento al extremo. Los temas que yo quise que discutieran no todos los habían trabajado alguna vez en su obra, entonces, tuve que imaginar cómo se posicionarían frente a esas cuestiones. Me enojé, sí: ¿por qué no se les había ocurrido pensar en estos debates, así yo no tenía que hablar por ellos? De un principio respetuoso y atento a la vida y obra real de los autores, pasé a un final en el que me sentía ya impune para imaginar sus argumentos, sus dichos, su registro de habla en otra lengua y también su vida privada.

Como trampolín, la ficción de la consigna me resultó refrescante y saludable. Como valla, la situación de evaluación resultaba algo más incierta. Definitivamente, el margen de error en la ficción está dado por otras variables: la cantidad de bostezos, la trama, el estilo. El temor era que, en el desparpajo de la escena, el pensamiento de los autores quedara tergiversado y les hiciera decir cosas imposibles o escandalosas acerca de la enseñanza de la lengua y la literatura.

A diferencia de otras escrituras académicas, la consigna de ficción teórica habilitó la invención y el juego con las voces de los autores. Al igual que otras escrituras académicas, también implicó seguir las características propias de un género. A diferencia de otras escrituras académicas, como alumna, yo escribí sin bostezar. Al igual que en otras escrituras académicas y pedestres, el lector siempre tiene derecho a bostezar.

Karina Fernández - La universidad inesperada

Hace años, literalmente, que no escribo nada de ficción. No es lo mío. La verdad que me siento mucho más cómoda escribiendo domiciliarios y monografías y casi que presenciales también. Sin embargo esta vez no pude escapar. No soy de las que entraron a letras para ser escritores, yo quiero ser docente. Y la verdad es que en el secundario nunca me hicieron escribir ficción tampoco, eso había quedado en los cuentos de la primaria.

Escribí una escena de una obra de teatro. Mientras la escribí pensé que daba lo mismo si total no me iban a poder evaluar eso. O sí, porque tenía que poner contenidos de la bibliografía que había leído. Pero una escena de teatro es muy difícil poner todo lo que sé, no hay hipótesis, no hay citas, no hay conclusión. Lo puse como me salió. Creo que un escritor de teatro se horrorizaría. Parecía una pavada pero me llevó más tiempo del esperado porque, claro, ya me había olvidado de cómo usar el habla coloquial en un trabajo de la facultad. Me acordé de cuando en la misma materia me pidieron que escribiera un ensayo poniendo mi voz personal al frente. Lo primero que pensé fue “¡¿y el 'nosotros' académico?!”. No parecía serio ni lo pareció ahora.

Sin embargo me salió. Fue divertido pensar a los autores como personajes de una obra, sus palabras me terminaron resultando menos ajenas y quizás por eso más discutibles. Me acerqué a la bibliografía crítica de una forma nueva, permitiéndome jugar con ella y manipularla, olvidándome de “los saberes sagrados” y los “autores publicados”. Y si la releo me doy cuenta de que hay en esas líneas de diálogo más saberes de los que pensaba. Hice que los demás personajes les preguntaran a los autores cosas que yo quería preguntarles, hice que los autores respondieran y allí coloqué pequeños pedacitos de conocimiento. Y, como si eso fuera poco, tuve que recordar todas aquellas pautas que hacían al género y practicar eso que hace a algunos autores tan especiales: reflejar con naturalidad la oralidad en la escritura.

Fue divertido. Al menos no quedó todo acartonado y no fue un compendio de citas en una hoja donde yo no aparecía. Igual que ahora, en esta “entrada de blog” donde me permito ser más informal y poner lo que pensé o sentí en ese momento. Y ahora la vuelvo a leer y veo que había hipótesis, ideas, conocimiento. Más de los que pensaba en ese momento. Como las escrituras de mis alumnos reflejaron sus ideas de la poesía, mi pequeñita obra de teatro reflejó las mías. Escribir, un parcial pero también ficción, es poner en juego el conocimiento literario previo y el de la materia en particular. Un aprendizaje inesperado.