Cuando supe que
la consigna era hacer una ficción me distendí completamente, me pareció que no
sólo lo hacía más amable para mí, sino que además se trataba de un territorio
no legislado, no habitado en la academia: “la escritura de ficción” y por lo
tanto, difícil de evaluar. Entonces se me ocurrió la idea de retratar a cierto
“tipo” del estudiante de letras, de hacer algo divertido, quizás un poco
provocador. A fin de cuentas es como una sátira de una de las peores de mis
yo(s). En la primera parte del parcial, la más teórica, donde aparece ese
alegato a la lectura que ya mencioné yo me pongo en un lugar de adoradora de
las Letras (así con mayúsculas) que en la segunda parte del parcial necesité o
vi bien ridiculizar.
Recuerdo ahora a
uno de los chicos del Piaget preguntándome si podían poner que la oruga se
había fumado un porro, a otra si podían poner que una Alicia le decía a otra
(en un ejercicio de diálogo entre Alicias de distintos dibujantes) que se fuera
a cagar. Recuerdo decirles que no, que no podían, a la vez que recordaba
haberme expresado en esos términos ni bien tuve la oportunidad de escribir
ficción en Puán.
Me encontré
proponiendo hacer cosas que en mi formación casi nunca me proponen y apelando a
una moderación en el “decoro” que no logro conmigo. Pero también me encontré
todo el tiempo, en esta cursada, teniendo que escribir acerca de esto: lo que
escribo; reflexionando mientras camino. Como a muchos de mis alumnos se me hizo
tedioso también el requerimiento de la escritura, porque hay que ponerle el cuerpo al texto; es
decir un texto se puede escribir fácil, livianamente cuando se tiene mucha
destreza y concentración, pero si no se tiene mucho de uno o de lo otro, un
texto, la construcción de uno, es un trabajo que requiere de toda nuestra
destreza. La ficción es el bosque en el espacio de los textos, la tierra de
nadie donde podemos jugar. Aunque siempre se van sucediendo falsos colonos que
nos dicen como el juego hay que jugar.
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