Créaselo o no,
la cátedra de Didáctica Especial en Letras de la Facultad de Filosofía y Letras
me propuso escribir una obra de teatro teniendo en cuenta la bibliografía
teórica que habíamos trabajado en clase. Escapando a la lógica de todas las
materias en las que tuve que escribir, año tras año, cuatrismestre tras cuatrimestre,
parciales presenciales, domiciliarios y monografías, esta vez tenía que
encontrar la manera de congeniar lo que aprendí en las clases con la forma de
escritura que estaba relegada a mi vida extra-académica.
Recuerdo haberme
sentado sin saber muy bien qué hacer. Decidí que iba a ser una obra de teatro
(ya que había otras posibilidades). Me agradaba la idea de organizar ideas en
parlamentos, asociar posturas a personajes y las didascalias me iban a dar
cierta comodidad para reponer con gestos, espacios o tiempos lo que las
palabras, tal vez, no me dejarían expresar. Definí el debate teórico que iba a
atravesar la obra, cuántos personajes necesitaba para hacerlo bien, quiénes
serían estos, qué iban a decir.... y me largué a escribir.
Con sorpresa, iba
escribiendo sin mayores dificultades. Me reía de mis ocurrencias. Sin embargo,
más o menos a la mitad del trabajo, me encontré borrando y volviendo a escribir
¿No será demasiado? ¿No será demasiado poco? ¿No serán muy mediocres las ideas
que estoy exponiendo? ¿Serán correctas? Una serie de preguntas que iban y
venían, me bloqueaban el camino. Tuve que parar y seguir otro día. Estaba
frustrada. Iba con nota, de esto dependía mi cursada! Y yo quería (todavía lo
quiero) recibirme. Maldije entre dientes esta idea tan flashera de la cátedra
¡Ficción! ¡¿A quién se le ocurre evaluar un texto de ficción?! Y ahí se me
prendió la lamparita. No se trataba de una “prueba” o parcial clásico. Se
trataba de otra cosa. Tal vez no se iba a evaluar como tradicionalmente se avalúa,
es decir, existía la posibilidad de que lo importante esta vez sea que yo
aprendiera algo en el proceso, que me enfrentara a una situación nueva y que
obtuviera, además de la nota, algo de la experiencia. Entonces me senté, de
nuevo, a escribir. Y salió.
Mi última
especulación, que lo importante era otra cosa más que el resultado, era
acertada. Este sábado cierra el cuatrimestre y todavía no tengo mi nota del
“parcial”, que escribí hace casi cuatro meses. Y no me importa. Espero
expectante las últimas clases en las que todos los que participamos de las
locas propuestas de la cátedra e hicimos las prácticas compartiremos la
experiencia.
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