Resolver un parcial domiciliario de la
facultad de Filosofía y Letras se ha convertido, para muchos de sus
estudiantes, en una actividad característica e inevitable de la rutina
universitaria, con todas las connotaciones (positivas y negativas) que supone esta
palabra. Entre las primeras, podemos pensar en la “comodidad” que
significa contestar una serie de
preguntas ajustándose siempre a los mismos patrones de los géneros típicos con
los que se nos exige abordar la escritura académica, comodidad que, por otra
parte, supimos conseguir con más o menos esfuerzo a lo largo de nuestro
recorrido de aprendizaje en la universidad. Entre las segundas, resulta
fundamental considerar el hartazgo que implica (para muchos) la rutina de leer
y subrayar fotocopias, hacer resúmenes, marcar citas, para luego “volcar” todos
nuestros conocimientos adquiridos en el mismo molde preestablecido de siempre.
En este clima, de un ánimo que oscila entre la comodidad que supone recorrer
caminos conocidos y el fastidio de lo rutinario, en una de las últimas materias
de la carrera, los profesores proponen una consigna de parcial que rompe con
todos los moldes: “Escribir un fragmento de un diálogo a la manera de Platón o
un cielito de la tradición de la literatura gauchesca o una escena de una obra
de teatro o un guión de historieta en el que se discuta alguna idea relevante
sobre la práctica de la enseñanza de la lengua y la literatura.” Las
alternativas son cuatro y bastante diversas, no nos podemos quejar. Sin
embargo, ninguna responde a nuestro horizonte de expectativas de lo que
debe/puede ser un parcial. Para colmo, esta vez, los autores de la bibliografía
ingresarán como personajes dentro del texto ficcional y no como meras citas
entre comillas.
En mi caso particular, lo primero que me
ocurrió fue no saber cómo empezar, hacía mucho que no abordaba la escritura en
otros géneros que no fueran los académicos. Sin embargo, una vez que me decidí
por la escena de una obra de teatro y empecé a pensar los personajes, ya no
pude detener la imaginación. Fue como retrotraerme a las clases de lengua y
literatura del secundario que tanto me gustaban. Desde aquella época, ningún
profesor me había propuesto escribir ficción como modo de evaluación.
Lamentablemente, la consigna contaba con un límite muy característico de todos
los parciales: el espacio. Y así, para mi sorpresa, finalmente, lo que más me
costó no fue arrancar con el trabajo sino detenerlo y fundamentalmente, ceñirme
al límite espacial. Creo que esta actividad, al cruzar la bibliografía teórica
de la cátedra con la escritura de ficción, es un buen ejemplo de cómo con un
poco de ingenio es posible innovar nuestras prácticas a la hora de pensar no
sólo las modalidades de evaluación sino también nuestra relación con el
conocimiento, cómo es posible franquear límites y descubrir nuevas perspectivas
insospechadas.
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