Cuando leí la consigna de la escritura de ficción, la
primera sensación que me produjo fue la de sorpresa. Como con todas las
materias de la carrera, esperaba alguna pregunta de análisis teórico, de exclusivo
cruce bibliográfico. Por esta razón, cuando tuve que comenzar a escribir
experimenté, para decirlo de alguna manera, ciertos “sentimientos encontrados”.
Por alguna razón sentí que debía privilegiar, o la teoría, o la ficción,
descartando completamente la posibilidad de conciliar ambos aspectos.
Finalmente, como buena estudiante universitaria, terminé por otorgar el primer
lugar a la teoría, lo cual tuvo resultados un tanto…desastrosos.
Mi obra de teatro incluía al carismático personaje de
Bourdieu, quien trataba de explicar algún concepto teórico a un grupo de
profesores confundidos. Sus preceptos teóricos, casi línea por línea, ocupaban
poco más de la totalidad de los diálogos, de manera que cualquier clase de
licencia poética quedaba relegada a un tono monótono y aburrido. ¿Pero dónde
estaba, entonces, el género teatral? Bueno, lo cierto es que lo único propio de
ese género de ficción era su estructura o, mejor dicho, su caparazón.
Básicamente, lo que hice fue tomar la estructura dialogada, con sus parlamentos
y acotaciones, como esqueleto para añadir la teoría. ¿Es que acaso era ese el objetivo de la consigna? Por supuesto que no. ¿Entonces por
qué lo interpreté de esa manera? Tal vez un ejemplo pueda ilustrarlo mejor.
Durante mi práctica, una de las primeras actividades que
dimos a los chicos consistió en reescribir un cuento que habían leído desde la
perspectiva de otro personaje. Luego de indicar a los alumnos dicha consigna en
el pizarrón, me acerqué a una alumna para preguntarle si había entendido lo que
debía hacer, ante lo cual me contestó con otra pregunta: “¿tengo que hacer un
resumen del cuento?”.
Esta alumna, al igual que yo, activó el chip
“actividad-típica-escolar/universitaria” y reinterpretó la consigna en base a
lo que estaba acostumbrada a hacer. Así, antepuso una práctica tan cristalizada
como el resumen o, en mi caso, el cruce bibliográfico, a una actividad de tipo
más creativo y demandante.
Como conclusión, mi –fallida– experiencia de escritura me
hizo darme cuenta de cuán arraigadas están ciertas prácticas y de cuán
necesario es cuestionarlas y ponerlas en jaque.
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