jueves, 28 de noviembre de 2013

Para acabar con el teatro: Sobre educación y zapatos-Carolina Japas




Cuando terminé de escribir la escena de teatro me pareció absolutamente horrible. HORRIBLE. Pero a su vez, ¡¿cómo escribir una escena usando textos pedagógicos?! Leí parciales de amigos y tampoco me gustaron. Leí el parcial del año pasado en el que una amiga había hecho una historieta muy buena mencionando a varios autores, me pareció genial pero a mí no se me ocurría nada parecido. Además decidí no hacer una historieta porque sentía que ya estaba influenciada por ese único parcial que me había gustado. Así que volví al teatro, que es mi gran pasión. Volví para destruirlo.
Después de aceptar que perdí la creatividad en los pasillos de Puán, releí lo que había escrito y me reí imaginándome público de algo tan feo y tan moralizante (porque creo que eso fue lo más feo de mi trabajo, la parte en donde había una especie de moraleja). Si odio profundamente el simbolismo en el teatro, ¿por qué metí zapatos y caras sucias y profesores estereotipados de la escuela tradicional? ¿Por qué no describí una situación cotidiana del colegio? Eso hubiese sido, sin lugar a dudas, más interesante y más bizarro. Podría haber hecho barrabravas, pelotas de fútbol, jugadores, alumnos alienados con celulares y profesores neuróticos escribiendo desesperadamente en el pizarrón reglas de ortografía, todos juntos adentro del aula. Eso hubiese sido algo más cercano y definitivamente más divertido de leer.
El trabajo fue interesante para re-pensar las respuestas que exijo de mis alumnos y para re-pensar la forma en que corrijo. Resolviendo esta consigna me di cuenta de la situación problemática en la que ubico a los chicos al pedirles que hagan un cuento respetando las características de X género literario. Uno no solo quiere meter todo eso que leyó sino que también quiere que quede “bonito”. Cuando escribimos un trabajo o un parcial, inevitablemente pensamos en la recepción: ¿qué es lo que espera leer la profesora o el profesor? Y probablemente ahí nos equivocamos, porque como no sabemos muy bien qué es lo que espera leer la persona que nos va a corregir tratamos de meter todo junto en un intento desesperado de pegarle a la respuesta. Tal vez sea momento de volver al origen (y por origen me refiero a todo momento anterior a la facultad), soltar un poco el academicismo del que tanto nos quejamos pero al que estamos pegados como una sanguijuela y empezar a divertirnos un poco con lo que escribimos (y acá estoy usando el plural para no sentirme tan sola). En vez de usar miles de citas (ni del principio del artículo ni del final, del medio ASÍ SE NOTA QUE LEÍMOS) hubiese sido mejor relajarnos y escribir algo más auténtico y, seguramente, más divertido de leer para el profesor.

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