Cuando terminé de
escribir la escena de teatro me pareció absolutamente horrible. HORRIBLE. Pero
a su vez, ¡¿cómo escribir una escena usando textos pedagógicos?! Leí parciales
de amigos y tampoco me gustaron. Leí el parcial del año pasado en el que una
amiga había hecho una historieta muy buena mencionando a varios autores, me
pareció genial pero a mí no se me ocurría nada parecido. Además decidí no hacer
una historieta porque sentía que ya estaba influenciada por ese único parcial
que me había gustado. Así que volví al teatro, que es mi gran pasión. Volví
para destruirlo.
Después de aceptar que
perdí la creatividad en los pasillos de Puán, releí lo que había escrito y me
reí imaginándome público de algo tan feo y tan moralizante (porque creo que eso
fue lo más feo de mi trabajo, la parte en donde había una especie de moraleja).
Si odio profundamente el simbolismo en el teatro, ¿por qué metí zapatos y caras
sucias y profesores estereotipados de la escuela tradicional? ¿Por qué no
describí una situación cotidiana del colegio? Eso hubiese sido, sin lugar a
dudas, más interesante y más bizarro. Podría haber hecho barrabravas, pelotas
de fútbol, jugadores, alumnos alienados con celulares y profesores neuróticos
escribiendo desesperadamente en el pizarrón reglas de ortografía, todos juntos
adentro del aula. Eso hubiese sido algo más cercano y definitivamente más
divertido de leer.
El
trabajo fue interesante para re-pensar las respuestas que exijo de mis alumnos
y para re-pensar la forma en que corrijo. Resolviendo esta consigna me di
cuenta de la situación problemática en la que ubico a los chicos al pedirles
que hagan un cuento respetando las características de X género literario. Uno
no solo quiere meter todo eso que leyó sino que también quiere que quede
“bonito”. Cuando escribimos un trabajo o un parcial, inevitablemente pensamos
en la recepción: ¿qué es lo que espera leer la profesora o el profesor? Y
probablemente ahí nos equivocamos, porque como no sabemos muy bien qué es lo
que espera leer la persona que nos va a corregir tratamos de meter todo junto
en un intento desesperado de pegarle a la respuesta. Tal vez sea momento de
volver al origen (y por origen me refiero a todo momento anterior a la
facultad), soltar un poco el academicismo del que tanto nos quejamos pero al
que estamos pegados como una sanguijuela y empezar a divertirnos un poco con lo
que escribimos (y acá estoy usando el plural para no sentirme tan sola). En vez
de usar miles de citas (ni del principio del artículo ni del final, del medio
ASÍ SE NOTA QUE LEÍMOS) hubiese sido mejor relajarnos y escribir algo más
auténtico y, seguramente, más divertido de leer para el profesor.
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