Sorpresa.
Extrañamiento. Incertidumbre. Esas fueron algunas de las sensaciones que se
hicieron patentes al leer la consigna del parcial: representar, a modo de
diálogo ficcional, un problema de la enseñanza de la lengua y la literatura. Es
la primera vez en la carrera que me piden que escriba ficción. Creo que miente el estudiante que no reconoce que, al
menos alguna vez, escribió. También creo que somos muchos los que elegimos esta
carrera para emprolijar, maquillar con cosmético universitario y convertir en
“algo para poder comer” lo que es una pasión: leer y escribir. Creo que eso es
un estudiante de letras.
Recuerdo que, en
una de las primeras clases de la carrera, me maravillé con la famosa expresión
de Shklovsky: “para dar sensación de
vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es piedra, existe
eso que se llama arte.” Fue uno de esos momentos epifánicos que nos revelan
que vamos por buen camino, en este caso, por una buena carrera. Quizás con el
paso de los años, el desgaste de viajar dos horas hasta la facultad, correr con
los tiempos de entrega y lidiar con las obligaciones laborales, una consigna de
este tipo que está por fuera del esquema tradicional genera hasta cierta
incomodidad. Pero lo cierto es que estamos convencidos de que el arte o la
ficción constituyen un modo de conocimiento, incluso, podría decirse,
privilegiado para exponer y problematizar situaciones susceptibles de análisis.
Encuadrar la vida desde una óptica que nos corre un poquito del lugar –lenguaje- cotidiano, que para nosotros
es el texto académico. ¿Cómo abordar una respuesta de parcial en que me piden
que escriba ficción? No nos es muy difícil a esta altura de la carrera,
habiendo desarrollado ciertas destrezas después de escribir tantas respuestas,
manipular voces de autores, hacerlos defender nuestras hipótesis, o, incluso,
hacerlos discutir entre sí. Pero ahora, tenía que montar una escena de ficción
y me sentía totalmente insegura.
Al fin y al
cabo, me encontré yo misma en el lugar de mis alumnos cuando les pido que
escriban una ficción. Por un lado, desde la inseguridad que involucra caminar
por un lugar pocas veces frecuentado en nuestra vida académica. Y, por otro
lado, probablemente, desde la misma incertidumbre de mis alumnos: “¿Pero qué
nos vas a corregir, profe?”
El resultado del
trabajo con esa respuesta fue una sensación muy extraña pero divertida. Hice
hablar a autores pero los senté en la mesa de la diva de los almuerzos. Pobre,
a la Chiqui le toco ser la representante de la defensa de la educación
tradicional y normalizadora, y de la premisa de que “los chicos hablan muy
mal”. En mi relato, aunque a ella le pese, varios invitado de la bibliografía
obligatoria la tuvieron que desmentir en cámara.
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