Me encuentro con ganas de reírme. ¡Esta
consigna es terrible! ¿Y por qué? Porque pone en evidencia lo que Stevenson le
hizo descubrir al Dr. Jekyll en su nouvelle
de 1886: que “el hombre no es esencialmente uno, sino esencialmente dos”.
Descubierta la “fundamental y originaria dualidad del hombre”, cabe agregar que
estas dos identidades en disputa permanente ya no poseen los nombres del
distinguido médico y del oculto criminal, sino los de dos actores sociales: el
docente y el alumno.
Como si no tuvieran ninguna ligazón, uno y otro actuaron en mí sin
consciencia de la existencia del otro y esta consigna me lleva a recuperar su
memoria común. ¡Espero no terminar en un ataque de múltiples personalidades! La
cuestión es que cuando recibí la consigna del parcial, y elegí sentarme a
esbozar un guión de historieta, pensé lo mismo que mi hermana diez años menor
que yo, cuando me contaba que su profesor suplente de lengua le había pedido
que creara una historieta: ¿Qué quiere que haga? Es decir que, a pesar de la distancia
que nos separa en años y por qué no, en experiencia (yo llevo diez años más de
alumna que ella), ambas pensamos lo mismo: qué espera el docente que yo haga.
En otras palabras: ¡¿qué quiere de mí?! Y, más llano y vergonzoso aún, ¿qué
hacer para aprobar? Este hecho me recuerda ahora, a las palabras que mi primer
profesor de la Facultad nos dijo un día en su clase: “si ustedes no entienden,
no se preocupen. Escuchen la musiquita. Lo importante es la musiquita (de sus
palabras, de su discurso)”. Obviamente, en ese momento, ni siquiera entendía el
consejo, pero años en la carrera me llevaron a comprender que cada estudiante,
adopta la “musiquita”, es decir, el discurso, de cada docente, para promover y continuar (qué luego esos
tonos vayan conjugándose y mutando para darle cuerpo a nuestra propia voz es
algo que excede los límites de este escrito). Así, andamos por los pasillos,
cuerpos de múltiples identidades, de múltiples voces, sorteando obstáculos
(sobrevivir la burocracia es uno de los aprendizajes fundamentales que otorga
la UBA). Lo que me lleva de nuevo a observarme escribiendo el guión de
historieta: puesto que hay que escribir, escribamos.
Ahora, muy distinto es cuando yo (mi yo docente) di de tarea escribir
algo de ficción. Las voces de mis alumnos demostraron sus “no ganas”. La mía no
hacía más que otorgar incentivos constantes, olvidada por completo de mis
sentimientos de estudiante.
Lo interesante es que, a pesar de la escisión, los resultados fueron los
mismos: la sorpresa y el placer de producir algo inesperado. Dislocada ante la
idea de escribir un guión, cuando la historieta fue cobrando cuerpo, me hizo
sentir admirada de lo logrado (más allá de la instancia de evaluación per se). Cuando los chicos juntaron
ganas y escribieron, para la clase siguiente, para dos clases después, o una
semana más tarde por mail, los trabajos resultaron increíbles, y no sólo
despertaron en mí una gran felicidad, sino que los llevó a ejercer una práctica
que los dejó sorprendidos a ellos también.
Paradójicamente, no estoy segura de que la experiencia docente ayude a
mi mitad estudiante en los momentos de zozobra, pero espero entusiasmada que mi
mitad docente no olvide los sentimientos de la otra mitad, cada vez que
proponga una nueva consigna de escritura, para que esa mirada más amplia la
habilite a llenar de sentido instancias que por su extenuante ritornello muchas veces parecen
perderlo.
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