Lo primero que me descolocó cuando escribía la
historieta fue darme cuenta de que no todo lo que pusiera necesariamente iba a
expresar mi punto de vista. En la medida en que pensaba en “cuadritos” se me
aparecían escenas para ser dibujadas: escenas icónicas, que pintaban una
situación. Ahora bien, esa situación quizás discutía con otra posición respecto
de la didáctica con la que me sentía más cómoda. Entonces, advertí que esos
cuadritos eran momentos en la comprensión y no “argumentos” acerca de tal o
cual pensamiento. Después me vi dibujando hombrecitos y mujercitas que decían eternos parlamentos.
Entonces supe que no iba a poder hacerlo sola. Que no se trataba únicamente de
saber o no dibujar. Que la verdadera cuestión residía en saber “decirlo con
dibujos”. Hablé con un amigo, y le dije: “Tenemos que reunirnos”. Le tuve que
“enseñar” las teorías que veía personificadas, dónde yo me paraba, qué pensaba
que era lo importante. A su vez él mismo iba “traduciendo” a dibujos lo que le
decía. Algunas cosas me parecían geniales y otras también, pero ya se extendía
mucho y no era explicativo.
Eso pensé como alumna: necesitaba explicar lo que
había aprendido durante esos meses acerca de qué es enseñar Lengua y
Literatura. Además necesitaba dejar en claro cuál era mi posición al respecto.
Todo eso debía poder ficcionalizarse, o mejor dicho, debía poder ser comunicado
mediante una historieta: lo que significa en un punto tolerar lo que de
“mentiroso” tiene todo cuento bien contado. Así que traté de mantener en mi
horizonte algunos dibujos explicativos que había visto en Yout Tube, donde
magistralmente se desarrolla una teoría acerca de cosas como la patraña del
agua mineral (la botella vs la canilla), y también los dibujos de Gustavo Sala
que me explican la vida en general. Claro que la historieta no se parece en
nada ni a uno ni a lo otro, pero pensar en esos ejemplos me ayudó a convencerme
de que era posible.
La historieta propone un código diferente, con sus
propias convenciones y reglas. El dibujo se impone y lucha por su lugar en el
cuadrito. El desafío para mí era relegar las palabras y someter mis sintácticos
razonamientos al resumen tosco del arte plástico que todo lo dice, incluso lo
que no es verdad. Descubrí, entonces, que los márgenes bien recortados y
discretos de las letras eran ridículos al lado de la alegre dispersión de
sentidos que convoca la imagen.
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