viernes, 29 de noviembre de 2013

Se non é vero... María Florencia Campolonghi





Lo primero que me descolocó cuando escribía la historieta fue darme cuenta de que no todo lo que pusiera necesariamente iba a expresar mi punto de vista. En la medida en que pensaba en “cuadritos” se me aparecían escenas para ser dibujadas: escenas icónicas, que pintaban una situación. Ahora bien, esa situación quizás discutía con otra posición respecto de la didáctica con la que me sentía más cómoda. Entonces, advertí que esos cuadritos eran momentos en la comprensión y no “argumentos” acerca de tal o cual pensamiento. Después me vi dibujando hombrecitos y  mujercitas que decían eternos parlamentos. Entonces supe que no iba a poder hacerlo sola. Que no se trataba únicamente de saber o no dibujar. Que la verdadera cuestión residía en saber “decirlo con dibujos”. Hablé con un amigo, y le dije: “Tenemos que reunirnos”. Le tuve que “enseñar” las teorías que veía personificadas, dónde yo me paraba, qué pensaba que era lo importante. A su vez él mismo iba “traduciendo” a dibujos lo que le decía. Algunas cosas me parecían geniales y otras también, pero ya se extendía mucho y no era explicativo.
Eso pensé como alumna: necesitaba explicar lo que había aprendido durante esos meses acerca de qué es enseñar Lengua y Literatura. Además necesitaba dejar en claro cuál era mi posición al respecto. Todo eso debía poder ficcionalizarse, o mejor dicho, debía poder ser comunicado mediante una historieta: lo que significa en un punto tolerar lo que de “mentiroso” tiene todo cuento bien contado. Así que traté de mantener en mi horizonte algunos dibujos explicativos que había visto en Yout Tube, donde magistralmente se desarrolla una teoría acerca de cosas como la patraña del agua mineral (la botella vs la canilla), y también los dibujos de Gustavo Sala que me explican la vida en general. Claro que la historieta no se parece en nada ni a uno ni a lo otro, pero pensar en esos ejemplos me ayudó a convencerme de que era posible.
La historieta propone un código diferente, con sus propias convenciones y reglas. El dibujo se impone y lucha por su lugar en el cuadrito. El desafío para mí era relegar las palabras y someter mis sintácticos razonamientos al resumen tosco del arte plástico que todo lo dice, incluso lo que no es verdad. Descubrí, entonces, que los márgenes bien recortados y discretos de las letras eran ridículos al lado de la alegre dispersión de sentidos que convoca la imagen.

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