“Esto puede llegar a ser divertido”, fue lo primero que se me
ocurrió cuando leí la consigna de la escritura de ficción. Por mi cabeza
pasaban imágenes de teóricos debatiendo, algunos completamente ajenos a la
bibliografía propuesta, en una confrontación entre pasado clásico y presente
posmoderno, mezclado, rico, matizado, en diferentes idioma. Hasta releí El banquete de Platón.
Después pensé “No,
es mucha gente hablando, para que me la complico, la consigna dice tres hojas,
cuidado con el tono que querés tomar” –mis demonios satíricos me llevan a veces
a lugares insospechados y de no grata visita-. “Acá dice cielito, ¿podría ser
payada?”. La de la vaca de Le Luthiers
quedaba hecha un poroto al lado de lo que yo tenía pensado.
Y después releí la
bibliografía.
Y después me quedé
pensando cómo meter todo eso –la bibliografía, digo- en semajantes formatos.
“¿Y si no se nota que leí?”, decían los miedos, asomando su persecuta cabeza.
“¿Y si esto es un engendro?, me temía, cosa completamente justificada, puesto
que creo que a esta altura de mi carrera, intoxicada hasta las orejas de
escritura académica, todo lo que escriba de ficción reviste el carácter
genérico de engendro, y lo que es peor –o mejor, según donde se mire- de un
engendro sin pretensiones, cosa que para aspiraciones literarias enn ciernes
puede ser fatal.
Pero las
aspiraciones literarias eran más modestas: aprobar el parcial. Por lo tanto,
reduje el elenco estable que había pensado, los senté alrededor de una mesa, y
los puse a conversar. El pensamiento desde el género, en este caso el género
teatral, nulo por completo; ni siquiera pasó por mi cabeza la idea de que, en
realidad, se estaba escribiendo una obra de teatro. Interesante: lo único que
se me ocurrió, en ese sentido, fue respetar la trama de texto dialogal. Lo que
está en el papel, lo es todo; lo que se ve en la puesta en escena, no es nada.
O por lo menos no existía en mi cabeza. (Debo decir, en mi descargo, que la
tragedia latina de Séneca, por ejemplo, no era representada, sino declamada; es
un buen antecedente clásico).
Y ahora, a ver, a
pensar. ¿Quiero escribir ficción, en algún momento? Antes lo quería, después lo
perdí. ¿He estado escribiendo ficción, todo el año? A veces, es el carácter que
revisten planificaciones, proyectos, y demás. No sé, puede ser, pero debo
reconocer que, pocas veces, en todos mis años de Facultad he dado tantas
vueltas para hacer algo. Y, tal vez, eso sea una buena cosa.
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