martes, 30 de noviembre de 2010

El oficio de ser alumno-Mariana P. Battaglini Cassano


Hace poco tuve una experiencia bastante interesante y singular que me interesaría compartir con mis correligionarios. Para una materia de la carrera, Didáctica especial, en el parcial, una de las consignas nos pedía que escribiéramos una ficción, en la cual se tematizaba cierta bibliografía. Me sentí un poco extrañada ante esto; aunque ya estoy a punto de terminar la carrera de Letras, nunca (sí, nunca!!!) había escrito por exigencias académicas un relato ficcional! Pero al extrañamiento se sumó la emoción de incursionar en este ámbito tan deseado, pero tan reprimido dentro de la Academia.

Lo novedoso de esta propuesta supuso ciertos desafíos; ya no se trataba de desplegar cierto marco conceptual in abstracto o bien asociado a cierto problema particular; por el contrario, se trataba de metamorfosear ciertas nociones teóricas en problemas vivos de ciertos personajes. Esto, a diferencia de los desarrollos solicitados en formas de evaluación canónicas, demandaba una compenetración y apropiación de las nociones teóricas a abordar mucho más intensa y plena. Había que pensar creativamente los problemas teóricos en situaciones imaginarias, pero tan reales como las nuestras; es decir, nos exigía posicionarnos en el lugar de los autores, develar los fundamentos de sus proposiciones, las motivaciones e intencionalidad de sus propuestas, para así luego poder transformar a éstos en personajes de un diálogo platónico (tal era la consigna de la ficción a desarrollar).

Pero este “hacerse carne” de la teoría, además también convocó a otro tipo de saberes, más allá del marco estrictamente académico y disciplinar, puesto que se apelaba a nuestra imaginación y a nuestra fantasía al momento de abordar conceptos teóricos. Esto, sumado a la experiencia inaugural de escritura ficcional para la carrera, abrió las puertas a algo que suele ser un vacío, una carencia en nuestro “estudiantar”: el placer. Sí, ¡el placer! El placer de convertirse por un momento en escritor y dejar que no sólo la razón, sino también la imaginación transiten a lo largo de conceptos teóricos.

Alguien alguna vez habló del placer del texto, algo que muchas veces se pierde en nuestro trabajo académico con la literatura y, ahora, por primera vez, el placer se abría paso ante la escritura y la resolución de una consigna de parcial.

Ojalá vengan más y más experiencias de esta naturaleza que nos convoquen en un sentido “total” como sujetos para el trabajo con la bibliografía y su apropiación, pero, más aún, que den espacio al placer y al goce de nuestra mente y nuestra fantasía, sin por ello disminuir en nada la rigurosidad académica.

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