miércoles, 25 de junio de 2014

un quilombo- andrea álvarez



¡Un quilombo! Día lleno de actividades y justo hoy esto: Una actividad imposible, inmensa… tenía que ponerme a escribir. ¿Un trabajo? ¿Un examen? ¿Y el placer? Preparo el mate, me acomodo, acomodo mis cosas y en frente mío el blanco de la página. ¿Y el maldito placer? No había lugar para el placer en lo absoluto. Vuelvo al blanco y escribo palabras que no me resuenan en lo absoluto sino a un vacío de sentido. Me aburro y vuelvo a empezar de cero. Vuelvo a las reglas, que siempre me ordenan un poco, los procedimientos, las normas… comienzo y me concentro en establecer márgenes, pongo la numeración que se me solicita a la letra (que parece cada vez ser más pequeña en este desesperado mundo de la escritura del que quiero escapar). Solo me lleva preparar los contornos un segundo y se acorta el momento en el que debo enfrentarme con lo que más temo: escribir! Vuelvo a leer la consigna y pretendo iluminar mi espíritu pero el mate se enfrió y ya se hace de noche, y yo sigo sentada aquí sin resolver este problema que se ha transformado en un callejón sin salida. Qué tragedia tan descolorida la mía… y de pronto ocurre el milagro! Una amiga me llama para contarme un suceso que había sucedido en su cada durante el fin de semana, y para sorpresa de todos este suceso trataba a cerca de un grupo de amigos, todos docentes, que por las casualidades de los trabajos que se extienden hasta altas horas, se había dispuesto a cenar todos juntos. Lo sucedido narra un encuentro de personas que debían pensar un proyecto escolar conjunto para ser  trabajado durante un mes de clase con los alumnos de 4º año (proyecto que había sido ordenado por el ministerio de educación) La cuestión es la siguiente: todos debían escribir, como yo, a fuerza de la obligación; y tanto ellos como yo no podíamos. Mi amiga me cuenta, (ella sin saber que de manera circular estaba narrando mi historia, y yo necesitaba saber el final) que todo lo resolvieron con un hecho tan simple como el siguiente: dejaron de pensar en “lo” que tenían que hacer y comenzaron a pensar acerca de de lo que les gustaría hacer y entre charlas descubrieron que la charla era el trabajo en sí mismo. Me quede reflexionando en sus palabras, en su historia, y me di cuenta que yo tan solo debía esgrimir palabras que me hagan reír, que me hagan imaginar, que me hagan sentir libre… yo debía utilizar todas esas palabras que solían pesarme como bolsas de arena como escalones de un puente que me llevarían a mundo fantásticos, llenos de experiencias nuevas y renovadoras. Esa noche no escribí nada; esa noche disfruté del placer de “la experiencia”.

la gata flora- laura garaglia



Escribo desde que pude: escribo todo lo que puedo desde que aprendí a escribir. En mis garabatos enseguida incluí las letras, apenas las fui aprendiendo. Mis compañeritos de jardín aprendieron a escribir LAU antes que sus propios nombres, porque yo les enseñé.
Escribí cuentitos, narraciones, composiciones tema la vaca, composiciones tema mi familia, con una de las cuales gané un concurso de composiciones en tercer grado, en la secundaria gané los certámenes literarios que se cruzaran con mis cuentitos sobre el universo del tango y… Un día me anoté en Letras.
Y dejé de escribir.
Y empecé a escribir monografías y monografiítas, informes y reseñas, trabajos prácticos y parciales. Nunca más ficción. Pasé por todos los estadios: desde creer que no iba a entender nunca la escritura académica a enfervorizarme con ella, ebria de dieces y nueves, a aburrirme y buscar mis motivaciones. Me anoté en Letras para escribir. Ilusa. ¡Si en Letras nadie te ayuda a escribir!
Cuando la Materia Didáctia Especial me propone escribir ficción para un examen, me une los mundos separados en compartimentos estancos: Escritura de ficción/ Escritura académica.
No me copa.
Tengo que a la vez dar cuenta de ciertos contenidos de estudio y aprendizaje e inventar una escena, un cielito patriótico, un diálogo de Platón. What? Solo sé que no sé nada.
Entonces, vuelvo sobre la consigna-situación de evaluación, dar cuenta en un texto de ficción de los temas trabajados en la materia. En principio lo rechazo por aburrido, pienso que escribir teniendo que incluir “contenidos” acota y disminuye mi posibilidad de “crear”. (En la actualidad como profesora, caigo a veces en la misma confusión, pobreciiiiiiitos, les doy una consigna muy específica, no los dejo “ser”… caigo y me levanto, eh).
Entonces me levanto, empiezo a garabatear un diálogo, pensando en una escena teatral, pensando en la conversación como vehículo dialéctico de ideas, puedo en definitiva, plantear personajes que discurran sobre la enseñanza de la Lengua y la literatura en el aula.
¿Resultado? Quedó una ridiculez de escena, yo que amando tanto el teatro, salí del intríngulis academia/ficción, estudiando dramaturgia y escribiendo teatro… No importa, me encantó el desafío y me encantó estar expuesta a mi gataflorismo educativo.
Tanto, que nunca pierdo oportunidad de poner a mis alumnos en el mismo brete.