domingo, 14 de julio de 2013

La fábrica de escritores de monografías. Fernando Carranza




El paso del tiempo ya me ha alejado del día en que tomé la decisión de estudiar letras y eso hace que ya no recuerde las circunstancias específicas de aquella ocasión particular, aun cuando ha tenido una fuerte incidencia en mi vida académica, laboral y hasta sentimental posterior. Sí puedo recordar vagamente mi espíritu de entonces, tiempo en que escribía ficción, leía más literatura (ahora leo más sobre lingüística), consideraba que los libros se leían sólo una vez para siempre y palabras como “romanticismo” o “fantástico” eran para mí nombres de clasificaciones artificiales cuya caracterización esencial se me escurría y cuya relevancia me resultaba de por sí misteriosa y huidiza.
La carrera tornó aquel lector intuitivo en un lector disciplinado, que subraya o escribe al lado de los libros, que sabe que una lectura no es suficiente ni definitiva, que ha reemplazado gran parte de la literatura por artículos, monografías y tesis, y que ha olvidado la última vez que escribió un cuento pero recuerda perfectamente las circunstancias en que entregó la última monografía. A ese lector, transformado académicamente en un productor de monografías, el fin de la carrera le ha deparado una sorpresa, el parcial de didáctica especial, cuya consigna era escribir una breve obra de ficción –un diálogo platónico, un cielito, una escena teatral o una historieta– donde se problematizaran conocimientos que atraviesan la enseñanza de la lengua y la literatura. Entonces es cuando aquel intuitivo lector devenido en escritor de monografías despierta y se pregunta repentinamente en qué lo ha transformado la carrera de letras. Su trabajo se ha vuelto atravesar textos a partir de ejes y escribir reflexiones en géneros académicos independientes de los géneros particulares estudiados, que se convierten entonces en un objeto de contemplación y análisis antes que en una herramienta a integrar en la propia experiencia. Como expertos en los movimientos del bailarín desde un punto de vista anatómico pero incapaces de bailar, la academia nos ha hecho olvidar que un arte que se vea como ajena es un arte incompleta, y que los saberes nos pueden disociarse de la aplicación responsable con la propia vida y experiencia.
En el contexto de estas reflexiones y con la fecha de entrega como una barrera en el calendario, me dispuse a hacerme cargo del desafío de volver a apropiarme del objeto de la contemplación académica.