El paso del tiempo ya me ha alejado del día en que tomé la decisión de
estudiar letras y eso hace que ya no recuerde las circunstancias específicas de
aquella ocasión particular, aun cuando ha tenido una fuerte incidencia en mi
vida académica, laboral y hasta sentimental posterior. Sí puedo recordar
vagamente mi espíritu de entonces, tiempo en que escribía ficción, leía más
literatura (ahora leo más sobre lingüística), consideraba que los libros se leían
sólo una vez para siempre y palabras como “romanticismo” o “fantástico” eran
para mí nombres de clasificaciones artificiales cuya caracterización esencial
se me escurría y cuya relevancia me resultaba de por sí misteriosa y huidiza.
La carrera tornó aquel lector intuitivo en un lector disciplinado, que
subraya o escribe al lado de los libros, que sabe que una lectura no es
suficiente ni definitiva, que ha reemplazado gran parte de la literatura por
artículos, monografías y tesis, y que ha olvidado la última vez que escribió un
cuento pero recuerda perfectamente las circunstancias en que entregó la última
monografía. A ese lector, transformado académicamente en un productor de
monografías, el fin de la carrera le ha deparado una sorpresa, el parcial de
didáctica especial, cuya consigna era escribir una breve obra de ficción –un diálogo
platónico, un cielito, una escena teatral o una historieta– donde se
problematizaran conocimientos que atraviesan la enseñanza de la lengua y la
literatura. Entonces es cuando aquel intuitivo lector devenido en escritor de
monografías despierta y se pregunta repentinamente en qué lo ha transformado la
carrera de letras. Su trabajo se ha vuelto atravesar textos a partir de ejes y
escribir reflexiones en géneros académicos independientes de los géneros
particulares estudiados, que se convierten entonces en un objeto de
contemplación y análisis antes que en una herramienta a integrar en la propia
experiencia. Como expertos en los movimientos del bailarín desde un punto de
vista anatómico pero incapaces de bailar, la academia nos ha hecho olvidar que
un arte que se vea como ajena es un arte incompleta, y que los saberes nos
pueden disociarse de la aplicación responsable con la propia vida y
experiencia.
En el contexto de estas reflexiones y con la fecha de entrega como una
barrera en el calendario, me dispuse a hacerme cargo del desafío de volver a
apropiarme del objeto de la contemplación académica.